Ser o No Ser 1998

Serie en Blanco y Negro

Un análisis visual interpretativo del interminable dilema político de la nacionalidad puertorriqueña, en conmemoración del centenario de la invasión norteamericana.

Ricardo Viera
Lehigh University Art Galleries, Director / Curador
Bethlehem, PA
Octubre de 2003

An interpretative visual analysis of the never-ending political dilemma of Puerto Rican nationality in commemoration of the centenary of the US invasion.

Ricardo Viera
Lehigh University Art Galleries, Director / Curator
Bethlehem, PA
October, 2003

Puerto Rico, Nación de Dos Banderas

Definir la nación

Hace más de cien años, el filósofo francés Ernest Renan se planteó la siguiente pregunta: “¿Qué es una nación?” Renan respondió que la nación era “un principio espiritual” basado en “la posesión de un rico legado de recuerdos”, el culto a los antepasados, la capacidad de olvidar eventos vergonzosos y sobre todo “un plebiscito cotidiano” —la afirmación colectiva del “deseo de vivir juntos” por los ciudadanos de un país. Pero ¿cómo se traduce este principio espiritual en la práctica? ¿Cómo se relaciona la evocación de un pasado glorioso con el presente y cómo se proyecta hacia el futuro? ¿Cómo se expresa exactamente la voluntad de nación en la vida cotidiana? ¿Quién define la nación y con qué propósitos? ¿Cómo se diferencian y coinciden entre sí las representaciones de la identidad cultural de la élite y los sectores populares? La búsqueda de la “esencia” de la nación continuó sin tregua a lo largo del siglo XX y principios del XXI, especialmente en países dependientes como Puerto Rico.

El caso de Puerto Rico es peculiar, debido a su condición jurídica como un territorio no incorporado, que “pertenece a, pero no es parte de” Estados Unidos. Como resultado de la Guerra Hispanoamericana, en 1898, España cedió la Isla a Estados Unidos. Aunque los boricuas han sido ciudadanos estadounidenses desde 1917, la definición oficial de su identidad no necesariamente se corresponde con su autopercepción como “puertorriqueños primero y estadounidenses segundo”. Hasta ahora, el estado legal de una ciudadanía puertorriqueña, aparte de la estadounidense, sigue debatiéndose en los tribunales y legislaturas de Estados Unidos y la Isla. Esta disputa se intensificó con la renuncia de su ciudadanía estadounidense por parte del fenecido líder independentista Juan Mari Bras en 1994. Sin embargo, la gran mayoría de los boricuas no ve contradicción alguna entre afirmar su nacionalidad puertorriqueña y defender su ciudadanía estadounidense. El 13 de diciembre de 1998, Puerto Rico celebró un plebiscito sobre su situación política y más de la mitad de los votantes no respaldaron ni la estadidad, ni la independencia, ni siquiera la libre asociación, sino “ninguna de las anteriores” —probablemente incluyendo una versión “culminada” del Estado Libre Asociado.

Volver a visitar el dilema puertorriqueño puede aportar mucho a los debates contemporáneos sobre nacionalismo y colonialismo. En esta coyuntura se encuentran seriamente divididos los intelectuales de la Isla, entre los que creen que los puertorriqueños deberían luchar por la independencia para preservar su identidad cultural y los que piensan que esa lucha invoca una ficción homogeneizadora, esencialista y totalitaria llamada “la nación”. Por lo general, los nacionalistas de diferentes vertientes asumen la primera postura, mientras que muchos posmodernistas adoptan la segunda. De ahí que la batalla entre ambos bandos intelectuales tenga múltiples implicaciones para sus discursos ideológicos, estrategias políticas y alianzas tácticas. Para un nacionalista como el sociólogo Juan Manuel Carrión, la defensa del idioma español y otros íconos del legado hispánico tiene la ventaja práctica de unir al pueblo puertorriqueño frente a un enemigo común: el imperialismo estadounidense. Para un posmodernista como el historiador Carlos Pabón, la hispanofilia de la élite criolla es una práctica errática que obvia la diversidad interna del imaginario colectivo. Para el primer autor, el ascenso del nacionalismo cultural forma parte integrante de la lucha anticolonial en Puerto Rico; para el segundo, es meramente una versión lite de nacionalismo o neonacionalismo, desprovisto de sus connotaciones subversivas y progresistas.

Buena parte de la controversia actual entre los eruditos de la Isla se centra en sus distintos puntos de vista sobre la identidad y la soberanía nacional. La influencia de teorías postestructuralistas en las ciencias sociales y las humanidades, desarrolladas en Europa Occidental y en Estados Unidos, ha llevado a muchos a cuestionarse la mera existencia de un carácter, esencia o sustancia nacional que se pueda fijar, definir y preservar inequívocamente. Pero otros han replicado que la deconstrucción del discurso nacionalista no requiere abandonar todos los compromisos prácticos con los movimientos sociales progresistas, como la búsqueda de la independencia. Un grupo de académicos “posmodernos”, residentes en la Isla y en Estados Unidos —encabezado por Juan Duchesne Winter—, ha propuesto que una agenda radical democrática solo puede alcanzarse mediante la anexión completa de la Isla a Estados Unidos. El caso de Puerto Rico demuestra nuevamente que las cuestiones de identidad cultural están lejos de ser académicas, sino que tocan de cerca a las luchas cotidianas, las experiencias vividas y los derechos de representación política de la gente. Los debates recientes en la Isla sugieren que resulta prematuro anunciar el fin del nacionalismo o romantizar el transnacionalismo en un mundo cada vez más globalizado. Las ideas y prácticas nacionalistas continúan circulando mundialmente y organizan gran parte de la vida diaria de la ciudadanía.

Las políticas culturales en una nación sin Estado

Las controversias públicas y académicas sobre si Puerto Rico tiene su propia identidad nacional siempre han tenido fuertes repercusiones políticas, debido a la prolongada dependencia de la Isla, por más de cuatrocientos años frente a España y por más de cien frente a Estados Unidos. Por décadas, el principal problema político y conceptual para la construcción de identidades culturales en Puerto Rico ha sido la disociación entre nación y Estado —subvirtiendo así la ecuación implícita en el término Estado nacional. Hoy en día, Puerto Rico cumple con casi todas las características “objetivas” y “subjetivas” de las definiciones convencionales de la nación, entre estas un territorio, idioma e historia compartidos, menos la soberanía. La Isla también posee muchos de los atributos simbólicos de una nación, tales como un sistema nacional de universidades, museos y otras instituciones culturales; una tradición nacional en literatura y artes visuales y hasta una representación nacional en eventos deportivos y concursos de bellezas internacionales. Pero más importante aún es que la gran mayoría de los puertorriqueños se imagina a sí misma como distinta de los estadounidenses, así como de otros latinoamericanos y caribeños.

Sin embargo, el grueso del electorado boricua no favorece actualmente una república independiente para Puerto Rico. En cambio, ha mostrado en repetidas ocasiones una preferencia marcada por la ciudadanía estadounidense y la unión permanente con Estados Unidos. (En 1996, sobre el 95% de los votantes respaldó a los partidos que promueven la estadidad o la autonomía.) Un punto clave es la libertad de viajar a Estados Unidos bajo cualquier opción política. Bajo el Estado Libre Asociado, los boricuas tienen acceso irrestricto a los cincuenta estados de la unión americana. En un gesto sorprendente, el presidente del Partido Independentista Puertorriqueño, Rubén Berríos Martínez, abogó en 1997 porque el Congreso estadounidense le concediera a los puertorriqueños el derecho de ingresar libremente a Estados Unidos bajo la independencia. Berríos Martínez reconoció la importancia de la ciudadanía estadounidense para la mayoría de los boricuas, especialmente para facilitar el movimiento entre la Isla y el continente norteamericano. Las cuestiones de ciudadanía, migración e identidad en Puerto Rico frecuentemente adquieren un sentido de urgencia, poco común en un Estado nacional bien establecido, que no tiene que justificar su existencia, ni luchar por su supervivencia. Consecuentemente, el reclamo de una identidad cultural separada está íntimamente ligado al proyecto inconcluso de la autodeterminación, típico de los movimientos coloniales de liberación nacional a través del mundo.

Desde mediados del siglo XX, el movimiento independentista puertorriqueño no logró desarrollar y mantener un apoyo masivo. Como ha señalado el sociólogo Carrión, la lucha por la independencia no convoca a la mayoría de las clases trabajadoras en la Isla. Más bien, la independencia ha sido mayormente el proyecto político de un sector radicalizado de la pequeña burguesía —incluyendo a pequeños comerciantes e industriales, artesanos independientes, profesionales liberales y empleados gubernamentales. El grueso del empresariado boricua no favorece un discurso nacionalista porque identifica los intereses de su clase con la asociación continua a Estados Unidos. Además, la extensión masiva de subsidios públicos, mediante la transferencia de pagos del gobierno federal, ha fortalecido el respaldo popular a la anexión. Con poco apoyo de la burguesía o el proletariado insular, la resistencia al colonialismo se ha desplazado en gran medida desde los partidos políticos al disputado terreno de la cultura. Como resultado, los intelectuales del patio —principalmente profesores universitarios, maestros, eruditos y escritores— han desempeñado un papel, desproporcionado en relación a su número, en la construcción de un discurso nacionalista. Aquí como en otras partes, la intelectualidad ha ayudado a definir y consolidar la cultura nacional en contra de lo que percibe como una invasión extranjera. Tomando prestados los términos de John Hutchinson, muchos intelectuales boricuas han buscado regenerar la fibra moral de la nación como principio organizador en la vida diaria de su pueblo.

Desde 1898, la identidad nacional en Puerto Rico se ha desarrollado bajo —y a veces en rotunda oposición a— la hegemonía estadounidense. El movimiento para separar a la Isla de Estados Unidos incrementó su apoyo electoral durante la primera mitad del siglo XX, cuando varios partidos políticos incluyeron la independencia en sus plataformas ideológicas. Pero durante la segunda mitad del siglo pasado, los movimientos autonomistas y anexionistas se convirtieron en las fuerzas dominantes de la política puertorriqueña. Estudios recientes se han enfocado en la decadencia del nacionalismo político y el auge del nacionalismo cultural en la Isla desde la década de 1940. El nacionalismo cultural se desconectó del nacionalismo político en Puerto Rico y se identificó con el populismo después de la Segunda Guerra Mundial. El carismático líder Luis Muñoz Marín, gobernador de la Isla desde 1948 hasta 1964, fue una figura fundacional en dicha transición ideológica.

Hoy en día, el nacionalismo cultural trasciende las simpatías partidistas de ambos bandos, los de izquierda y derecha. Es ahora la retórica oficial de las tres principales agrupaciones políticas en la Isla —las que favorecen la independencia, la autonomía e incluso la estadidad. En la campaña plebiscitaria de 1998, el Partido Nuevo Progresista, que promueve la estadidad, desplegó prominentemente los símbolos tradicionales de la nación puertorriqueña, tales como la bandera, el idioma español, las comidas típicas y la representación deportiva en las Olimpiadas. Los otros dos partidos, el Partido Popular Democrático y el Partido Independentista Puertorriqueño, también utilizaron un lenguaje nacionalista de orgullo y dignidad colectiva para adelantar sus respectivas causas políticas. De esta manera, Puerto Rico ilustra, mejor que otros lugares, la relevancia del nacionalismo cultural —ya que el gobierno de la Isla no es un Estado nacional y, aun así, sus habitantes siguen afirmando su propia cultura distintiva, por más fragmentada y heterogénea que sea. Sostengo que la construcción de identidades culturales en el Puerto Rico contemporáneo conlleva profundas fisuras entre ciudadanía y nacionalidad, así como la transgresión constante de los límites territoriales, lingüísticos y étnicos establecidos por los enfoques tradicionales de la nación.

Los boricuas de distintas corrientes políticas en la Isla comparten un fuerte consenso con respecto a sus identificaciones colectivas primarias, una clara dicotomía entre “nosotros” y “ellos”, esto es, los estadounidenses. El nacionalismo cultural es uno de los principales discursos identitarios en Puerto Rico, aunque articulado a través de diversas posiciones sociales, incluyendo las de clase, género, raza y color, edad e ideología. En la década de 1940, el antropólogo Julian Steward y sus colegas encontraron divisiones regionales sustanciales dentro de la Isla, pero estas han ido disminuyendo desde la llegada de la industrialización, la emigración y la urbanización. Las representaciones dominantes de la puertorriqueñidad ya no están confinadas a la élite intelectual, la burguesía ilustrada o el movimiento independentista. A su vez, los íconos populares de la identidad nacional (tales como la omnipresente bandera o la música de salsa) se han ido filtrando, surgiendo desde abajo hacia arriba o recirculando a través de la estructura social de la Isla. Tales expresiones simbólicas de la cultura boricua han penetrado el aparato del Estado colonial, los partidos políticos, los medios de comunicación masiva y las organizaciones comunitarias de bases.

La nación de las dos banderas

El 1998 marcó el centenario de la ocupación estadounidense de Puerto Rico luego de la Guerra Hispanoamericana. Por más de un siglo, la intensa presencia militar, política y económica de Estados Unidos ha transformado la cultura insular. No obstante, Puerto Rico sigue manifestando una identidad nacional característica, por más fragmentada, híbrida e impugnada que esté. Para la inmensa mayoría de los residentes de la Isla, el español permanece como el medio fundamental de comunicación. El catolicismo todavía es la fe predominante, aunque un buen número de boricuas se ha convertido al protestantismo. Durante la época navideña, los puertorriqueños celebran el día de los Tres Reyes Magos, al igual que la llegada de Santa Claus. La música de salsa y merengue compite a diario con el rock, el rap y el reggaetón en las estaciones radiales. Muchos boricuas están muy orgullosos de la calidad mundial de su equipo de baloncesto y de sus cinco reinas de belleza, ganadoras del título de Miss Universo, especialmente cuando se enfrentan a representantes de Estados Unidos. Oficialmente, la Isla tiene dos banderas, la estadounidense y la puertorriqueña.

El propósito de este excelente libro de Héctor Méndez Caratini es documentar la vida cotidiana, las prácticas culturales y las representaciones populares de los puertorriqueños cien años después de la ocupación estadounidense de la Isla. Debido a que Puerto Rico fue una colonia española por cuatro siglos, todavía mantiene un fuerte patrimonio hispánico, conjuntamente con un legado africano e indígena. Desde 1898 la Isla ha recibido una creciente afluencia de ideas, costumbres, símbolos y rituales estadounidenses. La intensa mezcla de identidades culturales es el foco de este retrato de una nación escindida por ideologías políticas.
Dos banderas siempre ondean en los edificios gubernamentales y durante las conmemoraciones oficiales en Puerto Rico —la monoestrellada boricua y la pecosa estadounidense. Cada una simboliza una nación aparte, con su propia historia, territorio, idioma, religión y hasta ciudadanía. La metáfora de las dos banderas representa acertadamente la coexistencia y fusión de prácticas populares de distintos orígenes en el Puerto Rico contemporáneo.

Contemplar las imágenes de Héctor Méndez Caratini sobre las lealtades duales de los boricuas es un ejercicio estimulante en la reconstrucción visual de una serie de opuestos binarios entre tradiciones culturales que han chocado, coexistido y se han fusionado desde 1898. Doña Julia, la mujer madura parada de pie frente a las imágenes católicas de los Tres Reyes Magos, la Virgen María y Jesucristo, contrasta vívidamente con la fotografía del niño sentado en la falda de Santa Claus y mirando nerviosamente a la cámara. La procesión religiosa en honor a la Virgen del Carmen atrae a más mujeres envejecientes y de clase baja que los quioscos de comida rápida localizados en el centro comercial de Plaza Carolina. El espacio callejero al aire libre frente al centro comercial encerrado; el cálido clima tropical en contraposición a la nieve importada y al hielo artificial; la persistencia del idioma español frente a la apropiación popular de las marcas comerciales estadounidenses; el uso generalizado de emblemas nacionales (prominentemente las banderas) de Puerto Rico y Estados Unidos —estos son tan solo algunos de los íconos que Méndez Caratini emplea para evocar las continuas renegociaciones de la identidad colectiva en la Isla.

Más que simplemente documentar la asimilación cultural de los puertorriqueños a Estados Unidos, las fotografías revelan un giro inesperado en las prácticas culturales de la Isla a finales del último milenio. En una escena surrealista, los Tres Reyes Magos —asociados en la tradición católica con la Fiesta de la Epifanía— comen hamburguesas en un restaurante de comida rápida; con el tiempo prácticas religiosas como “las promesas de reyes” probablemente desaparecerán. Aquellos que defienden el idioma español, se oponen a la estadidad, favorecen la excarcelación de los presos políticos puertorriqueños y visten camisetas del Che Guevara también hablan inglés, calzan zapatillas deportivas marca Nike, conducen autos estadounidenses y exhiben la última moda en anteojos de sol de reconocidos diseñadores internacionales. En el otro lado del espectro ideológico, aquellos que defienden la anexión de Puerto Rico a Estados Unidos aparentan ser tan boricuas como el artesano Don Emilio Rosado y la líder nacionalista Lolita Lebrón; o la maestra de una escuela rural recreada en una escena en un desfile oficial del gobierno; o los gestos del lenguaje corporal, las expresiones faciales y los estilos de vestir de todos esos compatriotas que no pueden negar su puertorriqueñidad, su “mancha de plátano”, pese a que intenten “lucir como americanos”, vistiéndose como soldados de la Revolución Americana, aprendiendo a patinar en hielo o compartiendo un momento de felicidad artificiosa con Mickey Mouse, Barney, Santa Claus y Big Bird.

La principal estrategia de Méndez Caratini es desestabilizar las representaciones convencionales de la identidad boricua como una de dos “esencias”, la colonial o la nacional. En conjunto, sus fotografías captan los bordes cambiantes de la nación puertorriqueña cien años después de la ocupación estadounidense de la Isla en 1898. Las imágenes quebrantan las fronteras lingüísticas tradicionales, como cuando un partidario de la anexión sujeta un anuncio proclamando “Estadidad ahora” (en español, no en inglés). También transgreden las distinciones raciales y étnicas, como lo hace un par de imágenes yuxtapuestas de una mujer negra colombiana que acaba de hacerse ciudadana estadounidense y la del reconocido Fufi Santori, un puertorriqueño blanco de origen corso que favorece el uso del pasaporte extraoficial puertorriqueño, en cuyo fondo se aprecia la bandera del Grito de Lares, el levantamiento nacionalista de 1868 contra España.

Más importante aún, la rica iconografía visual de Méndez Caratini sugiere el constante reajuste de fronteras económicas y políticas entre Puerto Rico y Estados Unidos. Aunque la economía insular es una extensión regional del mercado estadounidense, el nacionalismo cultural es cada vez más fuerte en la población insular. El despliegue masivo, en 1996, de banderas puertorriqueñas durante la manifestación de “La Nación en Marcha” habla por sí solo, así como la solitaria bandera de Estados Unidos, ondeando sobre un autobús escolar, camino a una congregación política. (La marcha surgió en respuesta a un comentario del entonces gobernador Pedro Rosselló de que Puerto Rico no era una nación.) Esta paradójica afirmación popular de una nación sin Estado está en el centro de los debates sobre la condición política de la Isla.

Que yo sepa, nadie ha propuesto conmemorar el centenario de la presencia estadounidense en Puerto Rico de esta manera. El proyecto intelectual de Méndez Caratini para documentar prácticas culturales en vías de desaparición y la acelerada americanización de los estilos de vida de la gente muy bien podría iluminar varios puntos vitales sobre identidad política y representación cultural en otras partes del mundo. Si el centenario de 1998 tuvo alguna relevancia para los boricuas, fue por la celebración de la extraordinaria recuperación de su cultura popular local y el bien definido sentido de pertenencia colectiva, contra todos los pronósticos. A la vez, el trabajo de Méndez Caratini demuestra la creciente hibridación de las identidades culturales en la Isla y en otros lugares. Lo que esta creativa mezcla de lenguajes, mentalidades, mitos, rituales, íconos y memorias implica para la resolución final del dilema político de Puerto Rico todavía es tema de discusión. Por el momento, la mayoría de los boricuas probablemente adoptaría el gesto del retrato de Méndez Caratini del joven con su barba de chivita, arete y camiseta estadounidense, al preguntársele por su identidad nacional: apuntaría a la bandera monoestrellada, en vez de la pecosa.

Jorge Duany, Ph.D.
Director, Instituto de Investigaciones Cubanas
Universidad Internacional de la Florida
Mayo de 2013

El Siglo Americano

Como es de conocimiento histórico, durante la época de la Guerra Hispanoamericana, el Almirante Sampson bombardeó la capital de Puerto Rico el 12 de mayo de 1898. Luego, el 25 de julio, el vapor de guerra Gloucester desembarcó sus tropas por la bahía del poblado de Guánica. Dos días mas tarde de dicha invasión, tres grandes buques de la Marina de Guerra de los EE.UU (el Dixie, el Annapolis y el Wasp) apuntaron sus cañones a la Ciudad Señorial de Ponce. La cual se tuvo que rendir, inmediatamente, ante la amenaza del bombardeo, sin que se disparara un solo cañonazo. A la mañana siguiente, desembarcaron 12,000 efectivos de las tropas estadounidenses por el puerto de Ponce. El General Nelson Miles, y sus fuerzas de ocupación, tomaron la Perla del Sur. También, aprovecharon la oportunidad y desembarcaron tropas adicionales por el pequeño poblado costero de Arroyo, para comenzar la conquista de Porto Rico –como ellos nos llamaban, en aquellos entonces.

Al igual que los escritores literarios, que con sus crónicas periodísticas documentan los sucesos cotidianos que ocurren en sus respectivos países, yo me dediqué a documentar fotográficamente los múltiples eventos que ocurrieron en mi País durante el crucial año del 1998. Fecha en que se conmemoró el Centenario de la Invasión Americana a Puerto Rico. Año del desbordamiento patriótico, de hemorragia pueblerina en respuesta a la inflamatoria retórica del Gobernador Pedro Rosselló, cuando agitó al pueblo y les dijo que “No somos una nación”. Año de la orgullosa resistencia cultural, donde la afirmación nacional se hizo patente frente a las poderosas fuerzas asimilistas promovidas por el desmedido consumismo.

Una lectura mas profunda de mis imágenes, desde la perspectiva de una antropología visual, ayudarán al ávido lector a descifrar significados adicionales de los cuales el público en general no está acostumbrado a ver a simple vista. Las reveladoras crónicas visuales que aquí les presento son representativas de los rasgos esenciales de la puertorriqueñidad contemporánea. Invasión 98: Ser o no ser es el título que le he dado a este ensayo fotográfico. El mismo responde al eterno dilema de los puertorriqueños, a un siglo de la Invasión Americana. Luego de mas de quinientos años de coloniaje -400 de ellos por parte de España- ser puertorriqueño primero y americano después, o viceversa, es la eterna pregunta que a diario se hacen los boricuas en su eterna búsqueda de la identidad nacional. De igual manera, se cuestionan la problemática política de si seguirán siendo un Estado Libre Asociado, un estado 51 de la nación americana, o un país independiente.

Fotografías adicionales, de fechas cercanas al 1998, se incorporan a este proyecto para darle mayor relevancia y continuidad a la narrativa visual –un álbum familiar de mi visión sobre la transculturación del puertorriqueño. Al igual que en los monólogos de William Shakespeare, los soliloquios de mis fotografías vociferan a gritos los rasgos esenciales de nuestra puertorriqueñidad -la tan debatible identidad cultural. Las imágenes mas antiguas, las que aparecen reseñadas al principio de este libro, son fotografías del 1898 – 1899. Las mismas provienen principalmente del aclamado libro, de corte imperialista, Our Islands and their People.

Otras imágenes de la época pertenecen a mi archivo personal, privado. Como se hace patente en estas históricas fotografías, las mismas documentan la vida diaria del Puerto Rico de antaño. En ellas podemos apreciar escenas cotidianas representativas de una economía próspera, basada principalmente en el comercio, la exportación agrícola del café, el ron, la melaza y otros frutos menores. También teníamos sociedades mercantiles, fábricas, talleres artesanales y ferreterías, algodón, molinos de harina de maíz y otros. Al igual que, establecimientos comerciales de médicos, juristas, ingenieros, cónsules, carniceros, comerciantes (pulperías, tiendas mixtas, almacenes), boticarios, militares y empleados de las múltiples agencias gubernamentales, entre otras profesiones.

Estas icónicas representaciones confirman que los puertorriqueños del siglo 19 tenían una identidad cultural propia, basada en tradiciones hispanas, negroides é indígenas y que poseían una clase aristocrática gobernante –sinónimo de un buen gobierno. Éramos una sociedad civil próspera, un pueblo religioso (mayormente Católico) que al momento de la invasión nos encontrábamos en camino a obtener mayores poderes autonómicos de parte del gobierno de España.

No éramos una gente sin cultura, sin educación, un pueblo de salvajes analfabetas, que andaban en tapa rabos, tal y como nos querían hacer parecer los nuevos conquistadores, para justificar la invasión, con su proyecto civilizador de redimirnos mediante su gobierno y educarnos en su idioma. O, como nos quería hacer parecer, erróneamente, la Senadora Norma Burgos (perteneciente al Partido Nuevo Progresista que favorece la estadidad para Puerto Rico), que para engañar a la masa popular nos dice que no fue una invasión militar, sino una invitación que le hizo el pueblo puertorriqueño para que las tropas estadounidenses vinieran a visitarnos.

Para finales del siglo 19 contábamos con muchos bosques, mayormente localizados en el área montañosa del interior de la Isla, que producían abundantes árboles para la madera, con los cuales se construían las casas (que rápidamente substituían a los antiguos bohíos de paja) y que servían como combustible para la maquinaría de los trapiches de vapor, en los cuales estaban basadas las economías del azúcar y el café. De acuerdo a las crónicas, las mismas mencionan que los caminos de las carreteras nuestras eran tan buenas como las mejores de Europa. También teníamos un sistema de ferrocarriles. En Ponce, Mayagüez y San Juan teníamos unos excelentes puertos de calado hondo. Desde los mismos se exportaba el azúcar de moscabado, el café, las naranjas dulces (chinas) y otros frutos menores, mayormente al mercado de Nueva York.

El desplazamiento del régimen español resultó en un nuevo régimen colonial, no solamente en términos políticos, sino también cultural. Las políticas coloniales de los norteamericanos se levantaron por encima de la de los nativos. Las estrategias de asimilación, o americanización, fueron las tácticas de dominación. Cien años después, los puertorriqueños, a su vez, se tuvieron que adaptar o se resistir al proyecto colonial impuesto. Por ende, la civilización anglosajona paulatinamente comenzó a reemplazar a la civilización española en la Isla.

Según fue transcurriendo el tiempo, con la creación del Estado Libre Asociado (1952), Puerto Rico fue adquiriendo un conjunto de características sociológicas íntimamente asociadas a la nacionalidad, tales como: una bandera e himno oficial y la participación en competencias deportivas a nivel internacional, al igual que, en reinados internacionales de belleza. Ayudando de esta manera a generar un sentimiento de pertenencia, de identidad colectiva.

Como dato curioso, la celebración de la creación de la Constitución del Estado Libre Asociado se lleva a cabo cada 25 de julio –fecha conmemorativa en la cual la Marina de Guerra de los EE.UU. invadió a Puerto Rico. Una fecha tan importante camuflajeada por un gobierno colonial para esconder un transcendental hecho histórico. Para que el pueblo se olvide y no recuerde un acto tan significativo.

Bajo la sombra del engaño de un Estado Libre Asociado –el cual no es ni estado, ni libre- los happy colonialists se encuentran contentos de pertenecer al limbo político de la nada. En el letargo de su soñolienta búsqueda de la libertad, sumidos en la mogolla de un “arroz con jueyes” -de la esquizofrenia portorricensis- cuando les haces la enigmática pregunta de “¿Quien tu eres?”, afirmativamente responden a coro “¡Yo soy boricua, pá’ que tu lo sepas!” Cuyo verdadero significado, aún se debate políticamente, y no se ha logrado descifrar en su totalidad.

No nos ha de sorprender que, un siglo después, todavía nos encontramos divididos como nación. Somos dos países totalmente distintos conviviendo en una pequeña isla. ¡Híbridos! Unos que aman a su tierra, su cultura, su idioma (el español), su bandera mono estrellada, su himno nacional y su historia. Y el otro, que prefiere otro idioma (el inglés), otras costumbres, y otra bandera.

La gran mayoría de la juventud de hoy desconoce quienes fueron los próceres del pasado. Los mismos no saben quienes fueron José De Diego, Ramón Emeterio Betances y Eugenio María de Hostos. Desconocen la razón del porqué se celebran dichos días feriados en la Isla y el porqué se destacaron dichos patriotas durante el siglo 19 y 20. Tienen una educación deficiente. El Departamento de Educación no se preocupa por enseñarle cursos de historia para valorar su pasado. Al Estado le conviene mantenerlos ignorantes. No saben de donde vienen y hacia donde se dirigen. Desde pequeños, en la escuela, no se les enseña a sentirse orgulloso de su pasado histórico.

Todavía, en pleno siglo 21, quedan prisioneros políticos en las cárceles estadounidenses. Ejemplo de esto es el insólito caso de Oscar López Rivera, encarcelado por conspiración sediciosa -intentar derrocar al gobierno americano- para intentar lograr la independencia para Puerto Rico. Sin disparar un solo tiro cumple una condena mayor que la de algunos criminales que asesinan, y que ya caminan libres por las calles. Irónicamente, algunos miembros de los Padres Fundadores de la Nación americana cumplieron tiempo en cárcel por motivos similares. López Rivera es el preso político que más tiempo lleva encarcelado en la historia de Puerto Rico, los Estados Unidos y en el mundo. ¡Ha estado encarcelado durante 32 años! ¡Muchos de esos años en solitaria!

Ante la invasión de la llegada de los productos de consumo, representativos de la industria americana (tales como ropa, cervezas, enlatados y otros), los mismos le han quitado los puestos a los tradicionales productos nativos del comercio local. Durante El Siglo Americano, las megatiendas estadounidenses que se fueron introduciendo en la Isla acabaron con estrangular la economía nativa. La gran mayoría de estos comercios pertenecientes a prestigiosas familias puertorriqueñas fueron quebrando uno a uno. Los mismos se encontraban enclavados dentro de los viejos cascos urbanos, las plazas pueblerinas, los cuales a su vez, también sufrieron las nefastas consecuencias y hoy parecen pueblos fantasmas. Ejemplo de esto fueron la ferretería Home Depot, la cual destronó y le ocasionó la quiebra económica a la Ferretería Merino, la García Comercial y a Los Muchachos. Otras son las farmacias Walgreens que terminaron con acabar con la gran mayoría de la pequeñas farmacias locales, tales como las Farmacias Moscoso, la Farmacia Blanco, y otras. También, con la llegada de las grandes tiendas por departamento a los centros comerciales, tales como Sears, J.C. Penney, Macy’s, K-Mart, Walmart, Sams y Costco las mismas fueron responsables de la quiebra de las legendarias tiendas de ropa Velasco, González Padín, Clubman, Donato y muchas mas. Desafortunadamente, gran parte de la banca nativa (Banco de Ponce, Western Bank, R.G. Mortgage, y otros), también sucumbieron ante la llegada de los poderosos bancos extranjeros.

El gobierno local no tiene las leyes, ni el interés y/o poder judicial, para proteger a las empresas nativas de los comercios estadounidenses –los cuales ven al puertorriqueño como un consumidor pasivo para repatriar sus ganancias a los EE.UU., contribuyendo para atrás muy poco a la economía local. Las megatiendas americanas venden mucho mas en PR, que en la mayoría de los estados de la nación. Las mismas en vez de ofrecerle trabajos a tiempo completo, los horarios de trabajo que le ofrecen a los puertorriqueños son de puestos part times –el mínimo del salario federal-, para no tener que pagar beneficios adicionales, tales como planes médicos, planes de retiro, etc.

En 1961 la Marina de Guerra de los Estados Unidos deseaba implementar el nefasto Plan Drácula. El mismo tenía como objetivo principal desalojar a todos los residentes de las Islas Municipios de Vieques y Culebra, incluyendo a los muertos ancestrales en los cementerios. El Gobernador Luis Muñoz Marín le comunicó al Presidente John F. Kennedy, y al Congreso de los EE.UU., que el no estaba de acuerdo con dicho acuerdo para que la Marina se apropiara de todos los terrenos de dichas islas y desalojara a sus habitantes.

La trágica muerte de David Sanes Rodríguez (1999), un guardia de seguridad al cual le cayó encima una bomba de 500 libras en el campo de prácticas de tiro de la Marina de Guerra de los EE.UU., fue el detonante que causo que la sociedad civil puertorriqueña se uniera para exigirle a la Marina que se fuera de dichos terrenos (2003). Luego de mas de seis décadas de bombardeo, la contaminación en dichos terrenos, con material tóxico producto de las bombas (uranio reducido, mercurio, plomo napalm, arsénico, fósforo y otros) aún continúan. En la metrópolis, el gobierno federal no tiene el deseo de atender los reclamos de la población puertorriqueña para que se limpien las tierras contaminadas por ellos mismos en las islas municipios de Culebra y Vieques.

Aún en estos días, diez años después, los materiales explosivos continúan explotándole en las manos a la población civil y a los turistas que nos visitan. De igual manera, envenenaron los aires y mares de nuestra gente en la Isla Nena, causándoles un 27% de mayor incidencia de cancer que los que viven en la Isla Grande. Como era de esperarse, el gobierno federal injustamente se niega a limpiar los terrenos que ellos mismos contaminaron. Mientras que en los estados de la Florida, Hawaii y Massachussetts, en actos similares, tuvieron que limpiar los terrenos contaminados por la Marina de Guerra de los EE.UU.

Por otro lado, la realidad es que a la nación americana les conviene mucho mas mantenernos en el estatus quo de un limbo político de la nada, consumiendo mayormente los productos que ellos promueven. En vez de nosotros poder participar en Tratados de Libre Comercio con Europa, Asia, Latinoamérica, el Caribe y otros países. Ejemplo de esto son las anacrónicas leyes de cabotaje de los Estados Unidos (codificadas como la Ley Jones de 1920), las cuales estipulan que no se le permite a Puerto Rico contratar flotas marítimas extranjeras para transportar la carga de entrada y salida a la isla. Tenemos que utilizar la marina mercante mas cara del mundo, en vez de otras foráneas que son mucho mas económica. A los territorios americanos de las Islas Vírgenes, Guam e Islas Marianas no les aplican dichas discriminatorias leyes de cabotaje. Somos una isla, a la cual no se le permite recurrir a navieras internacionales para beneficiarnos de la libre competencia y defendernos de las prácticas comerciales monopolísticas de las uniones americanas.

Los mismos estadistas coinciden en que los criterios de la Ley Jones demuestran un desprecio absoluto para nuestra rehabilitación económica. Injustamente nos hacen perder hasta $700 millones anuales. Una cantidad substancial de dinero que nos ayudaría a cuadrar el presupuesto nacional. Una vez mas, se nos impone un trato indigno y prejuiciado. Tampoco nos permiten hacer negociaciones con Venezuela, para adquirir el petróleo a precio preferencial, como lo hacen otros países caribeños.

La cruda realidad es que somos ciudadanos de segunda categoría, sin los beneficios que poseen los boricuas que viven en el continente. Estamos privados del derecho a votar por el Presidente de los Estados Unidos; mas sin embargo, nuestros soldados boricuas siguen muriendo en las guerras declaradas por el gobierno federal. Tampoco se nos permite elegir senadores y representación en el Congreso. Como se puede palpar, el gobierno de EE.UU. no es un gobierno democrático. Es uno que discriminatorio contra nosotros, los puertorriqueños.

La Sección 936 del Código de Rentas Internas Federal fue creada, en 1976, para incentivar el desarrollo económico de la Isla. La misma otorgaba beneficios contributivos a las corporaciones estadounidenses que se establecían e invertían en Puerto Rico. La mayoría de estas eran empresas de manufactura, tales como las industrias farmacéuticas, electrónicas y de artefactos médicos, entre otras. Estas industrias fomentaron el crecimiento de la economía puertorriqueña. Pero, las 936 fueron desmanteladas por el entonces Gobernador Pedro Rosselló (1993-2000) y el Comisionado Residente en Washington D.C. Carlos Romero Barceló, con el consentimiento del Congreso de los EE.UU. Con la eliminación de las 936 (2007) los efectos adversos anunciaron la muerte lenta del sistema económico local. El gobierno federal contribuyó negligentemente al grave deterioro de las condiciones de vida en la Isla.

Entre 1970 y 1990, las transferencias de fondos federales a individuos en PR –mediante los cupones de alimentos y otros programas- aumentaron de $500 a $6,000 millones. Para el 1983, la tasa oficial de desempleo en la Isla era del 23.5%. La recesión del 1981-1983 produjo una tasa del 43% de participación de la fuerza laboral. Ambos datos son indicativos claros de que la economía colonial no era capaz de asegurarle una fuente de ingreso adecuada a su población. De acuerdo con las estadísticas, el 45% de los puertorriqueños ocupan el índice mas bajo de la pobreza en los Estados Unidos. Por ende, tenemos un éxodo masivo de puertorriqueños que emigran al exterior (principalmente a los estados de la Florida, Nueva Jersey y Nueva York) en búsqueda de una mejor calidad de vida.

Los cupones de alimento han fomentado una sociedad de consumo dependiente, cuyos miembros no desean trabajar. Se ha creado una población pasiva que desea que se lo den todo, o sea, un gobierno que los mantenga. Contribuyendo de esta manera a subir marcadamente el desempleo en la Isla. Ante este tétrico escenario económico, de desempleo, donde no hay empleo para la mayor parte de la población y la otra parte no desea trabajar para mantenerse cualificando para los cupones de alimentos, se ha creado una economía paralela, ilegal y subterránea, la cual ha ayudado a subsidiar una economía ficticia. Ejemplo de esto es el dinero proveniente del narcotráfico, el cual contribuye en gran parte (mediante el consumo y la compra diaria de artículos necesarios) a mantener a flote los numerosos centros comerciales.

Entre una población mayormente desempleada, los jóvenes que no trabajan ven en la venta de las drogas ilícitas un ingreso fácil. Pero, la drogadicción eventualmente genera la gran mayoría de los crímenes en el País. Los jóvenes caen abatidos semanalmente por las balaceras en los numerosos puntos de drogas que se encuentran esparcidos por toda la Isla. La mayoría de ellos mueren antes de cumplir los 25 años. La drogadicción ha creado un grave problema social y económico que empeora con el tiempo y no acaba de resolverse.

Mientras tanto, la población y sus políticos permanecen sumisos como el cordero (el símbolo de la Ciudad de San Juan). Los complacientes ciudadanos se encuentran consumiendo los productos estadounidenses en los centros comerciales, endeudándose, hasta mas no poder. Irónicamente, el tener la capacidad para poder comprar los bienes materiales con sus tarjetas de créditos (fiau) los ayuda psicológicamente a sentirse sumamente realizados. La locura del consumo y del mantengo (que me den mas y mas y que no doy un tajo, no trabajo) han contribuido a crear una sociedad dependiente del gobierno y de los fondos federales.

Hoy en día, quince años mas tarde de El Centenario de la Invasión, nos encontramos totalmente quebrados como País, nadie nos quiere prestar dinero para sacar el País a flote, hacia delante. Los gobernantes de las pasadas cuatro administraciones (Pedro Rosselló, Sila María Calderón, Anibal Acevedo Vilá y Luis Fortuño) defalcaron al País solicitando préstamos que nunca pagaron para atrás. En el 1997 vendieron la Telefónica para “solventar” el Retiro, antes vendieron las Navieras. Para pagar la tarjeta de salud de Rosselló vendió los hospitales. Luego, el gobierno vendió los hoteles del Caribe, Ponce y Mayagüez Hilton, además de El Convento. Sila arrendó los hoteles del Condado Vanderbilt y La Concha. Para el año fiscal del 2005 – 2006 ocurrió el nefasto cierre del Gobierno. ¡No había dinero ni para pagar la nómina de los empleados públicos! Para recaudar fondos, Acevedo Vilá creó el Impuesto a la Venta y Uso (IVU). En el 2013, Alejandro García Padilla, el nuevo gobernador, le arrendó por espacio de cuatro décadas nuestro aeropuerto a los mexicanos. Mientras tanto, siguieron cogiendo prestado mas de siete billones de dólares al Banco Gubernamental de Fomento. Como era de esperarse, la deuda, mas los intereses, no la pudieron pagar, causándole la quiebra total al País. La deuda gubernamental está a nivel de bonos chatarras. Ni los bonistas nos quieren prestar dinero.

A pesar de los cuatro plebiscitos (1967, 1993, 1998, 2012), sobre el estatus político de Puerto Rico, que se han llevado a cabo para intentar resolver el estatus colonial, ni el Presidente, la Casa Blanca, el Senado federal y el Congreso de los EE.UU. tienen la voluntad, el apoyo o compromiso para atender nuestros reclamos de resolver los problemas económicos y políticos que nos afectan. Por lo que podemos apreciar, pasaran otros cien años mas en lo que se resuelve nuestro eterno problema de la condición política de Puerto Rico. Mientras tanto, seguiremos sumidos en la pobreza. ¡Seguiremos siendo la colonia mas antigua del hemisferio! Juzguen ustedes mismos el documento visual y textual que aquí les presento, para que lleguen a sus propias conclusiones.

Héctor Méndez Caratini
Isla Verde, Puerto Rico
Agosto de 2013

Invasión 98 Ser o no Ser

El propósito de este excelente libro de Héctor Méndez Caratini es documentar la vida cotidiana, las prácticas culturales y las representaciones populares de los puertorriqueños cien años después de la ocupación estadounidense de la Isla.