MASCARADA
INTRODUCCIÓN
Puerto Rico es un país orgulloso de su herencia cultural. Ejemplo de esto son sus coloridas fiestas sagradas y profanas atestadas de máscaras y disfraces tradicionales – legado de quinientos años de colonización española y americana que han dejado una marcada huella en nuestra identidad nacional. Fiestas de carne y hueso donde reina la contagiosa música, la alegría de vivir y la angústia de la muerte; donde se recobra lo sagrado y la eternidad secular se hace indestructible en la memoria colectiva del pueblo. Las fiestas constituyen los rituales que transcurren entre el pasado y el presente y enriquecen la historia de nuestro futuro; son el fenómeno del presente eterno que se hace patente en la permanencia ritualística de lo histórico y mítico en la vida cotidiana de la humanidad. En ellas descubrimos nuestras raices. Los rostros y máscaras que componen este libro son la MASCARADA de la puertorriqueñidad.
Motivado por estudiar detalladamente nuestro pasado colectivo, comenzé a documentar fotograficamente nuestra historia ancestral hace mas de treinta años. Anualmente visitaba las distintas fiestas pueblerinas en búsqueda de lo “nuestro”, de nuestras tradiciones. Recuerdo que mientras entrevistaba a Castor Ayala en el 1974, me percaté de la importancia que este legado cultural tenía en el desarrollo de nuestro pueblo. Este maestro artesano loiceño, que confeccionaba las rústicas caretas de coco y tela metálica, me abrió las puertas de su taller y subsiguientemente, al colorido mundo de nuestro legado africano. Recuerdo vívidamente que mientras el pintaba las caretas me narraba la misteriosa leyenda de los orígenes de Santiago Apóstol en las Medianías.
Luego, durante la mitad de las décadas de los setentas y mediados de los ochentas, le siguieron mis contínuas peregrinaciones a las fiestas de los Santos Inocentes en Hatillo y el Carnaval de Ponce. En los barrios de Lechuga y Pajuil, en Hatillo, evidencié que las mismas ya comenzaban a despertar un nivel de conciencia nacional, de lo autóctono, de lo criollo puertorriqueño. Multitudes de público, en búsqueda de sus raices, comenzaban a interesarse por sus tradiciones. Los desfiles de comparsas, por los alrededores de las plazas y los premios que allí se otorgaban, creaban un sentido de orgullo entre los participantes.
Recuerdo que en Ponce, el Sr. Roberto Bouret y la farmaceútica para la cual el trabajaba, se organizaron concursos para adquirir las mejores caretas y disfraces del carnaval. Mediante menciones honoríficas y premios en metálico, se fortaleció una tradición que se veía en vías de desaparición. Jovenes y maestros artesanos se vieron motivados a producir las clásicas caretas y disfraces que aún hoy se conservan. Investigadores, tales como don Ricardo Alegría y don Teodoro Vidal, estudiaron y publicaron ensayos literarios sobre nuestras tradiciones. Para promover el tema el Instituto de Cultura Puertorriqueña estableció una tienda de artesanías puertorriqueña en el Viejo San Juan. Los Centros Culturales y las Alcaldías Municipales se dieron a la árdua tarea de coordinar anualmente las tradicionales fiestas folklóricas.
Perpetuadas para la posteridad las máscaras son un fiel testimonio de la iconografía cultural de nuestros tiempos y reafirman la importancia que tienen estas tres fiestas populares en el desarrollo de nuestra identidad nacional. Es el propósito de este texto y ensayo fotográfico que nuestro público borícua se reconozca a sí mismo en los anónimos rostros y máscaras que aquí aparecen reproducidos. Que esta colorida MASCARADA le abra las puertas a la multifacética y prolífica herencia cultural puertorriqueña.
LAS FIESTAS DE SANTIAGO APÓSTOL, LOIZA
Entre los verdes cocotales que rodean las embravecidas costas del Océano Atlántico se encuentra el poblado rural de Loiza Aldea. Durante la época de la conquista española llegaron a Boriquén miles de esclavos para laborar en las plantaciones de caña. Trajeron consigo un rico bagaje cultural compuesto de lenguas étnicas, bailes, música, comidas y creencias religosas. Narra la antigua leyenda que durante el siglo XIX en el sector de las Carreras misteriosamente apareció, en el hueco de un arbol de corcho, una talla religiosa de un santo montado a caballo. Preocupados por el enigma de tal aparición, los pescadores del barrio devolvieron la imagen religiosa al mar, tan solo para que reapareciera nuevamente al día subsiguiente. De esta manera nos cuentan los mayores fue que nació la leyenda de Santiago Apostol en Loiza.
En el empeño evangelizador por convertir a los esclavos al catolicismo, los colonizadores españoles los obligaron a venerar las imágenes religiosas del cristianismo. Para poder sobrevivir en el hostil Nuevo Mundo, los esclavos se vieron obligados a camuflajear sus deidades en la teogonía del catolicismo. De esta manera Ogoun Ferraillé, la deidad metalúrgica guedé de las tribus Yorubas y Dahomenianas, se transformó en Santiago Apostol. Es notable observar la gran similaridad que existe entre la figura de Santiago y la de Ogoun Ferraillé. Ambos íconos religiosos aparecen montados sobre briosos potros. La imagen del santo representa a un caballero español que en actitud combatiente monta un brioso corcel blanco, que tiene sus patas delanteras levantadas en el aire, y con la espada en alto le decapita las cabezas a los moros, las cuales aparecen tiradas debajo de su caballo. Por este hecho que se le conoce como Santiago Matamoros. De igual forma, las dos imágenes guerreras sostienen en alto su mano derecha. Santiago Apóstol combate a los moros con su espada, mientras que Ogoun Ferraillé sostiene un relámpago, el cual arroja a sus enemigos. Este sincretismo religioso facilitó la convivencia entre las dos culturas frente a la evangelización de las Américas.
Con el pasar del tiempo, dos imágenes adicionales le fueron incorporadas a esta noble tradición puertorriqueña. Estas fueron el Santiago de los hombres y el de las mujeres. Cabe señalar que a la talla original se le conoce como el Santiago de los niños, Santiaguito o Chaguito como cariñosamente le llaman sus seguidores. Hoy se veneran las tres imágenes por igual y cada una tiene su día asignado en particular para desfilar en procesión por el poblado. También, cada una tiene su mantenedora que las cuida durante todo el año y les rinde tributo durante las fiestas en su honor. Durante nueve noches antes del desfile del santo se celebran rosarios rogándole favores al mismo. Dicta la costumbre que al morir su mantenedora, los miembros mas cercanos de su familia inmediata tienen que asumir las obligaciones con el santo. Entre estas destacadas familias loiceñas, que por muchas décadas han mantenido viva esta noble tradición, se destacan los Calcaño y los Mina.
Es importante aclarar que el santo patróno oficial de Loiza es San Patricio, un santo blanco e irlandés, y no Santiago Apóstol. Mas sin embargo, es tanta su popularidad entre la masa pueblerina que alegremente festejan por mas de una semana. Todos los años, a finales del mes de julio, se celebran las tradicionales fiestas en su honor. Por las noches, en la plaza del pueblo, se llevan a cabo numerosas presentaciones de orquestas musicales, bailes, machinas y comidas típicas de la región. Por lo general, en el batey de la família Ayala se llevan a cabo régias presentaciones de bailes folclóricos acompañados de la música de bomba y plena.
En las calurosas tardes del 26 al 28 de julio, las tradicionales procesiones en honor a Santiago Apostol salen desde la plaza del pueblo para desfilar por las calles y los barrios loiceños. Estas se pasean por los barrios de Medianía Alta, Medianía Baja, los Colobos, Miñi Miñi, entre otros, hasta llegar hasta el sector de las Carreras. Luego, retornan a la casa de su mantenedora para continuar con las celebraciones. El primer día de las festividades se honra al Santiago de los hombres. Luego le sigue el de las mujeres, para finalizar, al tecercer día, con el de los niños. Se acostumbra que miembros de la familia de la mantenedora y sus amistades mas cercanas sean los que carguen la imagen del santo. Es común observar que cuando una procesión desfila frente a la casa de otra mantenedora se saludan con un emotivo ritual de banderas y cohetes. Durante este largo desfile por las calles continuamente se les va uniendo un numeroso público.
Existen varios personajes típicos que participan en este desfile. Entre los mas comunes se encuentran: la representación de Santiago, los vejigantes, las locas (hombres vestidos de mujer), los viejos y personajes costumbristas. En el pasado, Santiago representaba al rico hacendado español que montaba su caballo y portaba un lujoso disfraz, sombrero y capa con vistosas cintas. La fisionomía de la careta de Santiago, fabricada de translúcida tela metálica, tiene el rostro pintado de blanco, cachetes colorados y los ojos azules. Para evitar ser reconocidos por la multitud, las caretas usualmente tienen un orificio en la boca para que sus participantes puedan beberse un refresco a través de un sorbeto o fumarse un cigarrillo sin tener que quitarse la misma. Sobre la cabeza llevan un enorme sombrero de paja, que ha sido cuidadosamente forrado en tela, adornado con plumas y espejos circulares. En las religiones africanas los espejos son utilizados para repeler y auyentar los malos espíritus. De igual forma, es notable señalar la gran similaridad que existe entre el colorido de estos disfraces y el patron de sus telas con la vestimenta de las deidades de los orishas en las religiones africanas.
En la medieval península Ibérica, Santiago defendía los valores del catolicismo frente al paganismo. Por su parte, los vejigantes de Loiza, con sus elaboradas máscaras de coco y largos cuernos, representaban al diablo en la guerra santa del bién contra el mal. En la ancestral África, las máscaras eran utilizadas en rituales religiosos dedicados a los orishás y estaban confeccionadas de la madera de los bosques. En los arenales de las playas loiceñas se adaptó la talla de la máscara de coco, proveniente de los cocotales, y la misma servía para camuflajear las deidades negras.El esclavo, o peón de la finca, se vestía de vejigante con un mameluco sencillo y una artesanal máscara de coco que acentuaba sus labios gruesos y narices achatadas. Al principio, las máscaras de coco no tenian color y eran talladas al natural. Hoy predominan las de color negro, blanco, azul y ojo – popularizadas por el legendario maestro artesano Castor Ayala y los numerosos jovenes que han perpetuado su legado y se ocuparon de rescatar y mantener viva esta noble tradición.
Desafortunadamente, el significado religioso de esta colorida fiesta popular se esta perdiendo y la misma se ha transformado en una de caracter carnavalesco y profano. Hoy en día la mayoría de los adolescentes desconocen el verdadero significado de la tradición y por concecuente, de las vestimentas asociadas con la misma. Muchos de los participantes optan por utilizar caretas de plástico o goma alusivas a Halloween o representativas de los personajes de películas de ciencia ficción, tales como los símios en Planet of the Apes o Star Wars. La penetración cultural de los valores de la sociedad americana se hacen patentes en esta nueva generación de puertorriqueños. Pero, cabe señalar que existe un movimiento esperanzador entre los loiceños adultos para educar a los jovenes del valor que encierra esta tradición en el desarrollo de la cultura puertorriqueña.
EL CARNAVAL DE PONCE
A través de todo el mundo anualmente se celebran numerosos carnavales. Los mismos tuvieron sus orígenes en los milenarios cultos egípcios a Isis y en los ritos griegos y romanos en honor a Dionisios, Baco y Saturno. Hoy en día, los mas conocidos son las coloridas mascaradas en Venezia, Italia; los de Río de Janeiro en Brazil, donde las cariocas bailan al son de las escuelas de samba; el del French Quarter en Nueva Orleans, Estados Unidos, con sus conocidas bandas de jazz; y el Mardi Grass de Trinidad, donde las mulatas bailan el calipso caribeño al son de las bandas de acero. En Puerto Rico contamos con el carnaval Juan Ponce de León en la ciudad capital y con el carnaval de Ponce en la Perla del Sur.
En el calendario eclesiástico de la iglesia católica los carnavales se llevan a cabo durante el último domingo antes del Miércoles de Ceniza, fecha que marca el inicio de la Cuaresma. Se acostumbra que la muchedumbre haga sus bromas y pocas vergüenzas, para luego perdir el perdón de sus pecados y confesarse al entrar en la época de la Cuaresma. La palabra carnaval tiene su nombre derivado del italiano que significa la veda de comer carne; de igual forma, también tiene mucho que ver con la celebración de las desenfrenadas pasiones carnales antes del periodo sagrado.
Los antiguos europeos llevaban a cabo varias celebraciones para marcar el pasar del tiempo y el cambio de las estaciones. Desde la época neolítica se conmemoraba el comienzo de la primavera con impresionantes rituales en el centro ceremonial de Stonehenge en Inglaterra. La iglesia Católica adoptó en su calendario litúrgico ciertas fechas importantes para celebrar sus festividades y que las mismas coincidieran con los comienzos de las estaciones del año. Durante el solstício de invierno celebran el nacimiento del niño Dios, cercano al equinóccio de primavera se lleva a cabo la Cuaresma y para el solstício de verano las fiestas de San Juan Bautista.
Por lo tanto, es muy probable que el carnaval ponceño tenga sus orígenes en alguna remota tradición del Viejo Mundo que nos llegó a América. Existen grabados centenarios, de celebraciones en Bélgica, donde se han reportado similaridades entre la vestimenta tradicional del vejigante ponceño y el disfraz europeo. Una de estas es la pintura “El ommegang en Bruselas” de Dionisio van Alsloot, pintada en 1615, donde se puede apreciar una procesión religiosa con dos vejigantes asustando al público. En Mariquita, Colombia, Gutiérrez de Alba pinto una acuarela en 1874 que ilustra al “Matachines” – un personaje diabólico que lleva una vejiga de toro inflada en su mano y una careta en forma de chivo cuernú. También tenemos otras representaciones parecidas a nuestro vejigante ponceño en los carnavales de Barranquilla en Colombia y en el de los Diablos de Yare en Venezuela. Desde mediados de siglo XVIII existen documentos que hacen referencia a la presencia del vejigante en las fiestas puertorriqueñas.
Algunos lexicólogos consideran que la palabra vejigante se deriva de “vejiga gigante”. Por otro lado, Cervantes, en su clásico de la literatura española Don Quixote de la Mancha, nos describe un pasaje descriptivo del que muy bien podría aplicarse para ilustrar una de nuestras comparsas: “Uno de la compañía, que venía vestido de boxiganga con muchos cascabeles y en la punta de un palo traía tres vejigas de vacas hinchadas.”
Como he mencionado anteriormente, los vejigantes representan al diablo y visten elaborados disfraces confeccionados de coloridas telas y una gran capa trasera forrada de casacabeles. Acostumbran llevar consigo inmensas vejigas de vacas con las cuales le pegan al público – sobre todo a los niños y a las coquetonas adolescentes, que se pasean por la plaza. Demás esta decir que el ruido ensordecedor ocasionado por estos rudos golpes asustan a todos por igual.
Los numerosos jovenes que se disfrazan para participar de este alegre carnaval visitan con semanas de antelación el matadero local para conseguir las vejigas de las reses. Las cuales disecan e inflan a manera de globos. Luego las pintan de llamativos colores. Ante la escacez imperante de vejigas, los participantes han optado por improvisar y las substituyen por envases plásticos de refrescos gaseosos o de calcetines rellenos de papeles.
Durante el carnaval ponceño desfilan por sus atestadas calles numerosas carrozas provenientes de distintos pueblos de la Isla. Todas tienen temas alusivos a tradiciones en particular. Se pueden apreciar estampas jíbaras, indígenas, de la vida en el cañaveral, entre otras. Acompañan a estas elaboradas carrozas los desfiles de reinas infantiles, batuteras y bandas musicales. Entre medio del jolgorio y algarabía los vejigantes se entremezclan y coquetean con el público.
Los tres domingos previos al carnaval, los vejigantes acostumbran salir a pasear desde la Playa de Ponce hasta la plaza del pueblo. El color tradicional de los disfraces es el negro y el rojo, que son los colores del centenario Parque de Bombas ponceño. Los artesanos manufacturan las caretas utilizando la técnica del papier maché, también conocida como cartón piedra. Las diestras manos van aplicando varias capas de papel de periódico sobre moldes de cemento, barro o yeso y le van dando forma a las caretas de los vejigantes. Luego de secadas al sol, le añaden los largos y delgados cuernos diabólicos. El fondo de la careta es de un color solido, sobre el cual le pintan una multitud de puntitos multicolores.
Durante la noche del martes, prévio al miércoles de Ceniza, se lleva a cabo el tradicional Entierro de la Sardina; ocasión para que la muchedumbre se luzca y haga sus pocas vergüenzas. Al son de cánticos tradicionales, como “Vejigante a la boya, pan y cebolla”, “Vejigante esta pintáo de amarillo y coloráo” o “Mascarita, mascará, amarilla y colorá / tu careta es de cartón y esta rota por detrá”, la procesión jovialmente recorre las calles de Ponce. La reina del carnaval adopta el rol protagónico de la viuda de la sardina y conjuntamente con el rey momo lloran su muerte durante el funeral. Al llegar frente a la Alcaldía dan la orden, y para el disfrute de todos, se rompe la piñata – que simbolicamente representa el ataúd de la sardina.
Hoy en día se observan variaciones a las tradicionales caretas confeccionadas por los maestros artesanos Leonardo Pagán, Miguel Ángel Caraballo y Juan Alindato. Es notable destacar la nueva generación de careteros, compuestas por los destacados artistas Antonio Martorell, Humberto Figueroa y Alberto González, entre otros, que han recreado una nueva variedad de imaginativos y diabólicos vejigantes.
LOS SANTOS INOCENTES, HATILLO
Procedentes de Islas Canarias llegan a Puerto Rico, a principos del siglo XIX, una nueva ola migratoria de españoles. Los mismos se esablecen en los extensos hatos cercanos al poblado de Hatillo y comienzan a desarrollar la industria de la ganadería, la leche y el comercio en el área noroeste de la Isla. Con ellos nos llega una de las mas hermosas tradiciónes Navideñas – la celebración del Día de los Santos Inocentes.
La población hatillense anualmente se viste de gala para conmemorar “la masacre de los Santos Inocentes”. Recreando la historia bíblica, el Rey Herodes envía a sus soldados a degollar a los infantes para impedir la llegada del Mesías. Por ende, las máscaras de Hatillo representan a los soldados en su agitada persecusión por los campos y calles del poblado. Las tradicionales fiestas se celebran cada 27 y 28 de diciembre. Durante el 27 los niños corren despavoridos por las calles y protagonizan la huida de la persecución. Temprano al día siguiente las máscaras hacen su alborotosa aparición llendo de casa en casa, en búsqueda de los niños y haciendole bromas a los adultos.
A principios del siglo XX, las rudimentarias caretas eran construidas de cartón, barro o higueras. Las vestimentas consistían de viejos arapos o vestidos desgastados. Por el contrario, el disfraz actual es muy costoso y está confeccionado en costosas telas con elaborados fruncidos y numerosos cascabeles. Por lo general, las caretas están fabricadas en tela metálica y el sombrero, que es la tradicional pava de paja, está forrado con la misma tela que la vestimenta y adornado con mas cascabeles
Frecuentemente un nutrido grupo de amigos y familiares se reunen para formar una comparsa. Los integrantes de estos grupos, que a veces sobrepasan la docena, acostumbran utilizar todos la misma vestimenta. Cada comparsa gasta varios miles de dólares fabricando sus lujosos disfraces. Cabe señalar que al año subsiguiente no se ponen la misma vestimenta y se la venden por poco dinero a otros grupos que cuentan con menos recursos económicos. Es tan secretivo el diseño del disfraz, que a veces ni sus propios hermanos saben de que se vestirán sus familiares. Celosamente guardan este secreto para anonimamente bromear sin ser reconocidos con sus pretendientes y público en general.
Las comparsas llevan nombres costumbristas tales como: los Jíbaros, los Corsos, los Isleños, Mojigangas, entre otros. Al igual que ha ocurrido en Loiza y Ponce, la reciente penetración cultural de los valores americanos, promovidos por los medios masivos de comunicación y los viajes vacacionales al exterior, han introducido una ola de nuevos personajes a estas fiestas. Entre estos se pueden mencionar comparsas enteras que se visten de personajes representativos de las caricaturas de Disney World, tales como Mickey Mouse y los Pitufos. Desde temprano al amanecer las comparsas visitan varias casas donde le hacen bromas y maldades a sus dueños. A las hermosas jóvenes que se encuentran por el camino se las llevan cargadas por los hombros; a otras, les recitan refranes populares alucivos a la temporada y le prenden papelitos con referéncias a “inocente mariposa”. Reina una gran alegría y bullicio entre los asistentes a estas fiestas navideñas.
Los vehículos Jeeps 4X4 que transportan las comparsas por los barrios hatillanos, tales como Campo Alegre, Pajuil, Corcovados, Lechuga y otros, son adornados y revestidos con las mismas telas que sus coloridas vestimentas. Otras veces construyen vistosas carrozas con plataformas que les permiten desarrollar temas alegóricos a la Navidad, tales como: los barcos de los inmigrantes isleños, casas jíbaras, trenes de caña, gigantescos caballos, entre otros. Las carrozas estan acompañadas de música típica que la proyectan por grandes altoparlantes. Otras comparsas recurren a parrandear montadas sobre agitados caballos que galopan de casa en casa en búsqueda de las golosinas y las bebidas alcohólicas – incluyendo el clandestino rón cañita. Ocasionalmente se ven algunos personajes costumbristas que representan a los años viejos transitando por la ruralía.
A la caída del sol del 28 de diciembre desfilan todas las carrozas hacia la plaza del pueblo donde se celebran las competencias con sendos premios y trofeos. Ante una enorme congestión vehicular y peatonal, las comparsas estrepitosamente le dan varias vueltas a la plaza. Mediante ruidosas sirenas y aceleraciones desenfrenadas, los ensordecerores vehículos, que carecen de silenciadores, compiten por atraer la atención de los jueces. Se otorgan premios en metálico para la mejor carroza, disfraz y comparsa. Terminada la fiesta celebran toda la noche hasta el amanecer.
Héctor Méndez Caratini
Isla Verde, Puerto Rico
Julio de 2005