Loiza: Herencia Negra 1975-1996

Serie en Blanco y Negro

Méndez Caratini pasó dos décadas documentando la comunidad de Loíza Aldea, de población predominantemente negra, que combina tradiciones de varias culturas. El culto a Santiago Apóstol refleja la tradición afrocaribeña de combinar santos católicos con deidades africanas. El apóstol representa también a Ogún, el dios yoruba del trueno y la guerra.

Ricardo Viera
Lehigh University Art Galleries
Director / Curador
Bethlehem, PA
Octubre de 2003

Méndez Caratini spent two decades documenting the community of Loíza Aldea, which is predominantly black, and blends traditions from several cultures. The cult to Santiago Apostle reflects the Afro-Caribbean tradition of combining Catholic saints with African deities. In the case of Santiago, he also represents Ogun – the Yoruba god of thunder and war.

Ricardo Viera
Lehigh University Art Galleries
Director / Curator
Bethlehem, PA
October 2003

La historia de las celebraciones de Loíza Aldea tiene sus raíces en las guerras centenarias en España entre cristianos y moros, simbolizadas por las figuras del vejigante (el diablo) y el caballero. El festival celebra la imagen de Santiago Matamoros, defensor y símbolo de la victoria cristiana sobre el paganismo.

Mensaje de Ricardo Alegría

El arte de la fotografía en Puerto Rico se enriquece con la obra de Héctor Méndez Caratini. Desde el inicio de sus estudios en el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, Méndez Caratini desarrollo especial interés por los estudios de antropología y comenzó a captar con el lente y con una gran disposición artística, las diferentes manifestaciones de nuestra herencia cultural. Su lente enfocó los petroglifos de nuestros indios; las expresiones de la religiosidad popular; la arquitectura histórica, tanto urbana como rural; las fiestas populares, así como otros aspectos íntimamente identificadas con nuestra cultura nacional.

El tema de nuestra herencia negra y sus manifestaciones en Loíza ha sido otro de los temas preferidos de Méndez Caratini. Ha estado asistiendo a la Fiesta de Santiago Apóstol, que se celebran durante el mes de julio en dicha población, durante los últimos veinte años; allí ha captado la interesante manifestación de sincretismo religioso entre el catolicismo medieval español y las creencias religiosas de origen africano que en la misma se manifiestan.

La obra fotográfica de Méndez Caratini es una valiosa aportación para los estudiosos de las diferentes experiencias de nuestra cultura nacional.

Ricardo E. Alegría
Director, Museo de las Américas
San Juan
Agosto de 1996

LAS FIESTAS DE SANTIAGO APÓSTOL, LOÍZA

Entre los verdes cocotales que rodean las embravecidas costas del Océano Atlántico se encuentra el poblado rural de Loíza Aldea. Narra la antigua leyenda que en el sector de las Carreras, misteriosamente apareció entre un hueco en las centenarias raices de un arbol de corcho una talla religiosa de un santo montado a caballo. Preocupados por el enigma de tal aparición, los pescadores del sector la devolvieron al mar; tan solo para que reapareciera nuevamente al día subsiguiente. Al tercer día decidieron llevarla a la iglesia del pueblo para ser bendecida. De esta manera nos cuentan los mayores tuvo sus orígenes el culto a Chaguito o el Santiago Apóstol de los Niños en Loíza.

La imagen de Santiago Apóstol representa a un caballero español que en actitud combatiente monta un brioso corcel blanco que tiene sus patas delanteras levantadas en el aire. Durante la conquista medieval europea, Santiago le decapitaba la cabeza a los moros; de ahí su apodo de “Santiago Mata Moros”. En el pasado se acostumbraba invocar su nombre, como grito de guerra, en las sangrientas batallas contra los invasores. Su imagen simboliza la guerra del catolicismo contra el paganismo.

En el empeño evangelizador de convertir a los esclavos al catolicismo, los colonizadores españoles los obligaron a venerar las imagenes religiosas del Cristianismo. Para poder sobrevivir este hostil nuevo mundo los esclavos se vieron necesitados de camuflajear sus deidades ancestrales en el panteón de los santos del catolicismo. Fue así que Ogún, el orichá de la guerra y el hierro de los Yorubas, se transformó en Santiago. Es notable la similaridad que existe entre ambos íconos religiosos que aparecen montados sobre caballos. Santiago sostiene en su mano derecha la espada en alto y Ogún el relámpago – el cual arroja a sus enemigos. Este sincretismo religioso facilitó el mestizaje y la integración racial entre ambas culturas.

Durante el Siglo 19 nos llegaron desde España dos imágenes adicionales, el Santiago de los Hombres y el de las Mujeres. Hoy se veneran las tres tallas religiosas por igual y cada una tiene asignado su día en particular para desfilar en procesión por las calles del poblado. De igual forma, cada una tiene su mantenedor que las cuida todo el año y le rinde tributo durante las fiestas en su honor. Dicta la costumbre que al morir su mantenedor, los miembros de su familía inmediata deben asumir las obligaciones con el santo para que el mismo no pase a manos de la iglesia. Entre las destacadas familías loiceñas, que por muchas generaciones han mantenido viva esta noble tradición, se encuentran: Rosa Julia Calcaño, mantenedora del Santiago de los Niños, la cual lo acaba de heredar de su tía Doña Julia Calcaño; Nicolás Cruz, que heredó el Santiago de las Mujeres de su madre Doña Mina; y Monín Fuentes que desde hace cuatro décadas tiene al Santiago de los Hombres bajo su cuido. Curiosamente, al Santiago de las Mujeres también se le conoce como Santa Ana. Estas tres imágenes religiosas simbolizan la unión familiar del hombre, la mujer y el niño.

El Santiago de los Hombres ha estado en poder de la família Fuentes por mas de 75 años. Susana Fuentes, la madre de Doña Monín, lo tuvo desde el 1920 hasta el 1957 – que fue cuando su hija lo heredó. Durante el Siglo 19 el mismo era cuidado por una cofradía o hermandad en las casas de Don José de Jesús y de Amario Cepeda. Actualmente la ayudan con las tareas del santo su marido Pablo y el hijo menor. Se calcula que esta imagen tiene aproximadamente 150 años. Periódicamente se les dá mantenimiento y se retocan las imágenes. Hace dos años se le cambió el color del caballo, de la imagen de Doña Monín, de blanco a gris; de igual forma, este año el Santiago de los Niños fue retocado y su caballo pintado de blanco. Nicolás Cruz me cuenta que anteriormente a su madre tener el santo en su poder, el mismo estuvo en las casas de Doña Cumele hasta el 1932 y anteriormente en las de Isidro, Margarito y Pablo durante el Siglo 19. Es importante aclarar que curiosamente el santo patrono oficial de Loíza es San Patrício (un santo irlandés blanco) y no Santiago Apóstol.

Los mantenedores acostumbran celebrar novenas en honor a su santo. Al atardecer del día 15 de julio se escuchan las primeras explosiones de los cohetes que anuncian los comienzos de los rosarios. Durante nueve noches consecutivas los fervientes creyentes le rezan é invocan plegarias para pedirle la protección al santo. Narran los envejecientes que las veces que no se pudieron le hacer las procesiones al santo ocurrieron catástrofes mayores, tales como terremotos o invasiones de hormigas bravas en las plantaciones de yuca.

Durante las calurosas tardes veraniegas del 26 al 28 de julio, salen cada una de las tres procesiones desde la plaza del pueblo. Estas desfilan por los numerosos barrios del municipio haciendo escalas en las Parcelas Suárez, Miñi Miñi, las Medianías y Colobó hasta llegar hasta el sector de las Carreras, donde corren a caballo las banderas del santo. Luego, retornan a la casa de su mantenedor para festejar toda la noche. En el pasado se acostumbraba que las personas lucieran su mejor vestimenta; los hombres se compraban tres flús y las mujeres tres vestidos nuevos. Hoy en día no se practica tal costumbre y el numeroso público viste ropa casual en mahones y camisetas.

El primer día se lo dedican al Santiago de los Hombres; le sigue el de las Mujeres y al tercer día el de los Niños. Por lo general, desfilan acompañados por músicos de la comunidad que tocan danzas puertorriqueñas. Las amistades y miembros mas cercanos a la família del mantenedor son los que tienen el honor de cargar en sus hombros la imagen del santo, la cual descansa sobre unas andas o tablero sostenido por dos varas paralelas. Estas andas de madera estan adornadas con manteles blancos de tela, cintas multicolores (blancas, azules, rojas, amarillas) y hermosas flores de flamboyán que se encuentran en su apogéo.

Cuando una procesión del santo pasa frente a la casa de otro mantenedor, se saludan efusivamente con un emotivo ritual de banderas y cohetes. Cabe señalar que los colores de las banderas del santo son el rojo y el amarillo – los colores de la bandera española. Luego del ritual del saludo acostumbran unírseles a la procesión y acompañarlos durante el resto del recorrido. Durante este largo desfile, se les van uniendo un numeroso público que baila y canta plenas acompañados de comparsas de vejigantes y máscaras. En época reciente se les han añadido días adicionales a las fiestas tradicionales para celebrar el San Pirindongo (el santo de los homosexuales) y al Cañandongo – al cual bañan o bautizan con rón cañita, el último lunes después de acabadas las fiestas patronales.

Existen varios personajes folclóricos que participan en la procesión. Entre los mas comunes se encuentran: el caballero español, que representa a Santiago Apóstol; los vejigantes, que aluden al diablo; las locas (hombres disfrazados de mujer); los viejos y otros personajes costumbristas. La imagen de Santiago es ilustrada por un disfraz muy costoso y elaborado en coloridas telas y tiene una gran capa sobre su espalda. Las caretas estan confeccionadas en tela metálica y sobre la cabeza utilizan un enorme sombrero de paja que cuidadosamente ha sido forrado con la misma tela del disfraz. Algunas personas se disfrazan de personajes menos conocidos, tales como: la muerte; el hombre mata, que está todo cubierto de hojas de almendro; y otros que se disfrazan con latas de refrescos, etc. Hace mas de medio siglo la moda eran los trajes de charros mejicanos.

Miguel de Cervantes, en el clásico de la literatura española Don Quijote de la Mancha, nos escribe un interesante pasaje que bien podría ilustrar los orígenes lexicográficos de la palabra vejigante: “Uno de la compañía, que venía vestido de boxiganga con muchos cascabeles y en la punta de un palo traía tres vejigas de vaca hinchadas.” Los vejigantes utilizan estas vejigas gigantes (que han sido secadas, infladas y pintadas) para pegarles a los niños y asustar al público.

Lo vejigantes representan al diablo en la guerra santa del bien contra el mal. También pueden ser reinterpretados como los enfrentamientos entre el rico hacendado español y sus esclavos. En las luchas sociales del Siglo 19, en los cañaverales de la Hacienda Grande o en la de San José, la figura de Santiago era representada por el hacendado español montado en su brioso caballo y lujoso disfraz. Mientras que el esclavo, o peón de la finca, se disfrazaba con su rústica careta de coco y mameluco menos costoso. Es meritorio señalar que la fisionomía de la careta de Santiago es una de tez blanca, ojos azules y cachetes colorados. Mientras que las caretas de coco de los vejigantes acentúan los rasgos negroides de la población loiceña con sus labios gruesos y narices grandes achatadas.

Las comparsas de vejigantes acostumbran desfilar por las calles al son de estribillos tradicionales, tales como:

Prucutá, prucutá
y bueno que está.

Toco, toco, toco, toco,
el vejigante come coco.

El vejigante comió mangó,
y hasta las uñas se las lambió.

Vamos muchachos pá la marina,
a comer pan y sardina.

Esa vieja es bruja, bruja es,
mírale los ojos color café.

A mamá que le mande una cebollita.
Dígale que coja la mas chiquita.

Originalmente las caretas de coco que utilizan los vejigantes de Loíza no tenían color y eran talladas al natural por los pescadores. Las elaboradas caretas de hoy tienen largos cuernos y estan pintadas en brillantes colores. Los diseños de las caretas de coco que conocemos se lo debemos, en gran parte, al legado del legendario taller artesanal de don Castor Ayala. Hoy en día contamos con numerosos artesanos independientes, tales como: el de Raul Ayala (hijo de don Castor), el de Pedro Laviera, el de Orlando Tomasini, entre otros, que les han ido añadiendo su toque personal a la careta original. Unos las pintan en colores pasteles; mientras que otros, le alteran el diseño añadiéndoles expresiones particulares. Raul Ayala tiene mas de media docena de diseños, los cuales identifica como: la Mona Lisa, el Yagrumo, etc. Otros están confeccionando las caretas de latones. Las mismas hacía mas de medio siglo que no se manufacturaban.

El significado religioso de esta colorida fiesta popular se está perdiendo rápidamente y desafortunadamente la misma se ha transformado en una de carácter carnavalesco. La mayoría de los adolescentes desconocen el verdadero significado de la tradición y no lucen las vestimentas asociadas a la misma. Debido a la transculturación del puertorriqueño, muchos de ellos optan por utilizar caretas de plástico, alusivas a Halloween o representativas de los personajes de las películas Hollywoodescas de ciencia ficción, tales como: los símeos de Planet of the Apes o de Star Wars, Frankestein y/o Mister T. Otros optan por vestirse con fatigas camuflajeadas de uniformes militares.

Cabe destacar que existe un movimiento esperanzador entre los loiceños adultos para educar y concientizar a los jóvenes mediante la confección de caretas y disfraces. Estos artesanos visitan las escuelas locales y les explican el valor intrínsico que tienen en el desarrollo de nuestra identidad cultural. El Centro Cultural, adscrito al Instituto de Cultura Puertorriqueña, y su dinámico personal fomentan esta noble tradición loiceña.

Héctor Méndez Caratini
San Juan
Agosto 1996

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POST DATA:

“¡Piedad, Señor, piedad para mi pobre pueblo
donde mi pobre gente se morirá de nada!”

Luis Palés Matos

Temprano en mi carrera profesional, en 1975, comenzé mi documentación fotográfica en el poblado costero de Loíza Aldea. Para aquellos entonces me encontraba cursando estudios de maestría en el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe. Recuerdo que para un proyecto de investigación sobre historia oral, bajo la tutela de don Ricardo Alegría, entreviste a los envejecientes en torno al origen de sus tradiciones. Mientras conversaba con ellos, aproveché la oportunidad y fotografié todo lo que me encontré relacionado con el tema del cual me versaban.

De esta manera comenzó mi pasión, de mas de dos décadas, para profundizar sobre el tema negroide, como elemento clave de nuestro mestizaje, no solo en Puerto Rico, sino en las Antillas y en Latinoamérica. Me propuse fotografiar y estudiar una sociedad olvidada por el tiempo, por el prejuicio racial que la aquietaba y las aportaciones de su rico cimarronaje cultural a nuestra identidad nacional y herencia caribeña.

Desde mediados de la década del 1970 hasta mediados de la del 1980 fotografié las festividades que anualmente se celebraban en honor a Santiago Apóstol utilizando todo tipo de cámaras y formatos fotográficos – tales como película en blanco y negro 2 1/4” X 2 1/4” y 35 mm, diapositiva a color 35mm, Polaroid 4” X 5”, Polaroid SX-70, video VHS y otras. En 1990 produje un video arte titulado Loíza, con música original de Andrés Mignucci Giannoni. Realizé mas de doce horas de grabaciones en movimiento videográficas, incluyendo históricas imágenes del legendario ancón – que cruzaba a las personas, y sus vehículos, de un lado de la costa del Río Grande de Loíza a la otra orilla.

En 1996, mi querido amigo é ilustre profesor cubano radicado en Puerto Rico, Rafael López Valdés me invitó a participar como oyente en una de sus clases magistrales de antropología visual que estaba dictando en el CEAPRC. La misma se reunía los fines de semanas en Loíza Aldea. Durante un semestre académico estudiamos todos los aspectos de la vida cotidiana del poblado, tales como: sus tradiciones, las relaciones de género, el espiritismo y la religiosidad popular, la pesca y el arte culinario basado en la yuca, etc. Para el proyecto tomé mas de 6,000 fotos fijas.

Con el pasar del tiempo, cada día mi documentación fotográfica se tornaba mas peligrosa. Los tiempos habían cambiado. Aquel idílico paisaje tropical caribeño, y sus humildes habitantes, se transformaron en una comunidad hostil y paranoica, donde imperaba todo tipo de ilegalidad. La clandestinidad se había convertido en el modus operandi; el patético reflejo de una sociedad enfermiza, cuyos valores amenazaban la paz de sus ciudadanos. Los alambiques de ron cañita, el tráfico ilegal de drogas, el contrabando de indocumentados dominicanos, la invasión de terrenos y los sangrientos desalojos, y por ende la falta de planificación urbana, eran tan solo algunos de los problemas con los cuales tenía que enfrentar para sobrevivir en este inhóspito territorio.

Tome mediadas precaucionarias y contraté la ayuda de un guía local, para que me asesorara que se podía fotografiar y donde no se podía sacar la cámara. Recuerdo que asistí al templo espiritista durante cuatro semanas corridas antes de pedir permiso para fotografiar. Mas sin embargo, cada sesión fotográfica se tornaba mas dificil. De la noche a la mañana me había convertido en el foco de atención de la comunidad. Todo el mundo, de una forma u otra, se había percatado de mi presencia dentro de su entorno. Yo, por ser una figura alta y de tez blanca, sobresalía entre la multitud de una comunidad negra. Frecuentemente me comentaban los sujetos que fotografiaba que la semana anterior me habían visto en el templo, con los pescadores en la playa, otros que me habían divisado en el burén del sector de las Carreras, en las plantaciones de yuca en las Medianías, etc.

Mientras tanto, inescrupulosos especuladores masacraban las extensas plantaciones de cocotales. Bajo el falso pretexto de limpiar el terreno, para la construcción de viviendas, silenciosamente engañaban a todos. La extracción ilegal de miles de toneladas de arena destruyeron el sensitivo sistema ecológico, incluyendo el nivel fre-acuático, dejando inmensas heridas en la costa y profundas lagunas donde accidentalmente se ahogaban las reses. Todo este romántico paisaje – los sueños de antaño – se derrumbó frente al desenfrenado y arrollador paso del progreso. El cemento de las urbanizaciones, los megaproyectos hoteleros, las franquicias americanas de comida rápida (tipo Fast Food) y el consumismo desmedido de los centros comerciales finalmente acabaron con el verdor del paisaje tropical. Las puercas mecánicas violaron la tierra, arrasaron las dunas y los palmares.

Veinte y dos años mas tarde mi documentación fotográfica tuvo un abrupto final cuando sorpresivamente fui emboscado por dos automóviles en una solitaria carretera costera de tierra sin pavimentar. Mientras fotografiaba de lejos una operación de extracción ilegal de arena, sus dueños se percataron de mi existencia y agresivamente me persiguieron por los uveros y las palmeras de la ruralía hasta que tuve que refugiarme dentro de una farmacia. Posteriormente, como en una escena de un crimen sacada de la película inglesa Blow Up, examiné las pruebas de contacto en mi laboratorio fotográfico y me percaté de que un niño, montado en su bicicleta, me había delatado. En otro dantesco episodio, similar al filme brasileño Orfeo Negro, presencié la surrealista escena de un colorido personaje disfrazado de vejigante asesinar a quema ropa, con una 45 aniquelá, al chillo de su mujer, que se encontraba festejando dentro de la procesión del santo. Luego, se dio a la fuga corriendo despavorido entre medio de los cocotales.

“Los tiempos cambean” me dijo mi querido amigo, el jíbaro, Don Pancho. Y de que manera. La sociedad puertorriqueña del Siglo 21 se había tornado mas violenta. Semanalmente los periódicos reseñaban los sangrientos asesinatos que allí se cometían: abaleado en un cafetín, masacrado mientras corría bicicleta, dos muertos en un punto de drogas, asesinado en su residencia, tiroteo de menores en una escuela, etc. Las sangrientas batallas aún continúan, pero ya no se escucha invocar el nombre de Santiago. Desafortunadamente, la trágica realidad nos demuestra que sigue en pié el lema de la filosofía Darwiana que para poder sobrevivir, en la clandestinidad de esta selva tropical, el mas fuerte tiene que matar “al otro”.

De septiembre a noviembre de 1996, exhibí el trabajo de esta documentación en una extensa muestra fotográfica titulada Loíza: Herencia Negra en una de las salas de exposiciones del Museo de las Américas, Viejo San Juan. Un año mas tarde terminé el proyecto y lo exhibí en el Centro Cultural de Loíza, adscrito al Instituto de Cultura Puertorriqueña, y en el 2003 para el disfrute de la diáspora boricua en el exilio, la volví a exhibir en el Taller Puertorriqueño, en Filadelfia, PA.

Héctor Méndez Caratini
Isla Verde, Puerto Rico
Marzo de 2005

Loiza Herencia Negra

Allá entre las palmeras
esta tendido el pueblo…
-Mussumba, Tombuctú, Farafangana-
Caserio Irreal de paz y sueño.