La memoria visual es, sin duda, la más poderosa. No es de extrañar, entonces, que algunas fotografías se hayan convertido en el recuerdo principal y colectivo de un evento, de un objeto o de una persona. Héctor Méndez Caratini, consciente de la historia y dirigido por un afán de investigación, ha creado un importante acervo de imágenes fijas y en movimiento, algunas de las cuales filtran ya la manera como vemos nuestro entorno.
Valiéndose de técnicas fotográficas y complementándolas con otros medios como el vídeo, las publicaciones, la imagen digital y la pintura, este artista aborda distintos aspectos de la cultura–la ecología, lo político y lo religioso, como espacios de estudio, de negociación y de mestizaje.
Series y portafolios
A mediados de la década del 1970, Méndez Caratini comenzó a producir las series fotográficas que sostienen el andamiaje conceptual de su obra. En ese periodo le delata una urgencia por preservar imágenes de lo autóctono: la naturaleza de Puerto Rico, la herencia indígena y las tradiciones populares más antiguas conservadas por generaciones de artesanos de la costa y de la montaña.
El portafolio de 1978, Petroglifos de Boriquén, recrea en blanco y negro la magia del encuentro con dibujos e incisiones rupestres, a menudo en lugares remotos. Una tras otra, las fotos despliegan una iconografía oriunda de la Isla, que aún no nos revela todos sus misterios. El investigador en Méndez Caratini descubre pistas nuevas en imágenes conocidas y conjuntos significativos en petroglifos nunca antes documentados o analizados, mientras que el artista resalta la variedad y agilidad de las formas, las incisiones regulares y seguras, los efectos de luz y de sombra, las proporciones elegantes, y la frontalidad ritual de las representaciones.
Las veinte imágenes de este grupo son una selección estricta de centenares de fotografías tomadas a lo largo de años de lectura, análisis y documentación. Este método exhaustivo es el que el artista utiliza en la mayoría de sus propuestas posteriores, aplicando la paciencia y la disciplina científica adquiridas mediante sus trabajos en patología oftálmica.
Las series y portafolios de Méndez Caratini, reproducidos también en libros y catálogos, forman una antología idiosincrásica del imaginario puertorriqueño. A menudo, los protagonistas de estos relatos visuales son hacedores: creadores, en El artesano y su ambiente (1975-1976) y en Our Journeys, Our Stories, (2003); líderes políticos, en Personajes (1975-1982) y en Los sueños del patriota (1978-1981); y guías espirituales con sus devotos, en Religiosidad popular (1979-1988) y en Loíza (1975-1996). A veces, los objetos se convierten en iconos y asumen el papel central: las caretas y disfraces en Mascarada (1984), los desechos encontrados–animales muertos entre otros, en Mártires (1985), las estructuras en Haciendas Cafetaleras (1990) y la regia parentela de la mata de plátano en Heliconias (2003).
Vaqueriando: rodeo caliente, del 2002, la serie más reciente de fotografías de formato tradicional en blanco y negro, examina el mestizaje inevitable con el mítico suroeste, mestizo en sí, de los Estados Unidos. Toreando la inagotable discusión sobre la pérdida de “la identidad”, el fotógrafo nos presenta imágenes seductoras que contrastan el movimiento y el estatismo, ilustrando además lo volátil de la situación en el ruedo.
Vídeos
El paso inevitable a las imágenes en movimiento ocurrió en 1978, con el corto metraje fílmico, La última cena. Le siguió un grupo de vídeos que penetran los recintos, inaccesibles en general, de ceremonias religiosas de raíz africana en Puerto Rico, Venezuela, la República Dominicana y Brasil. Estas son respectivamente: Loíza (1990), María Lionza (1992), Gagá (1992), y Orixás (1997).
Los vídeos muestran tanto la fuerza estética como el poder anímico y cultural de los rituales preservados, contra viento y marea, en la memoria colectiva de descendientes de africanos en las Américas. La narrativa visual de estos eventos es corta pero reveladora; logro de un trabajo de edición certero. La acompaña una banda sonora de música contemporánea encargada por Méndez Caratini a compositores afines a su concepto.
Su más reciente vídeo, Berto, de 2001, es un homenaje póstumo al joven artista ponceño, que expandió los parámetros estéticos y técnicos de las máscaras de carnaval inyectándole nuevos bríos a una tradición añeja. Esta pieza combina la imagen de Alberto González, el hacedor, quien construye los iconos–las máscaras, para su exhibición durante el evento del carnaval y también, tristemente, para acompañar su cortejo fúnebre.
Tecnología digital y medios mixtos
La exploración técnica del medio fotográfico también ha sido una constante en la obra de este artista, como apunta una de sus primeras exposiciones, Fotografía Experimental, de 1974. En la serie de autorretratos Polaroid de 1980, SX-70, experimenta con la manipulación de la imagen durante el proceso de desarrollo. Trabajando con el color por primera vez, el resultado es una serie de imágenes crudas, precursoras lejanas de Mascarada (1984), su portafolio clásico, a color, de vejigantes.
En algunas de sus propuestas más recientes Méndez Caratini ha ensayado nuevos medios, siempre partiendo de la fotografía. En estos proyectos, enfrenta procesos complejos, pero insoslayables, de la historia de Puerto Rico. Son piezas bidimensionales, en las que él combina, como en los vídeos, representaciones de objetos, protagonistas y sucesos, utilizando el collage. El díptico Ser o no ser 1898-1998, creado e impreso en el medio digital, es como un rollo de pergamino donde se juntan y yuxtaponen imágenes que marcan hitos de los cien años de relación política entre Puerto Rico y los Estados Unidos.
Las dimensiones considerables de este díptico y su formato, ajeno a la fotografía convencional, anticipan la serie de medio mixto, Vieques: Crónicas del calvario (2000). Este proyecto ambicioso es una memoria visual del via crucis de los viequenses y del movimiento pacífico de desobediencia civil que logró el cese de la explotación de los terrenos de la isla-municipio por la Marina de los Estados Unidos.
Un medio tradicional, el lienzo, sirve de soporte a la narrativa en serie propia de la fotografía. El artista construyó las catorce estaciones de la cruz y un panel adicional representando la esperanza, inspirado en la pasión, muerte y resurrección. Utilizando la iconografía cristiana evoca con acierto el papel protagónico del liderato católico y evangélico en esta batalla local de la lucha global por la paz.
Héctor Méndez Caratini continúa exponiéndose e investigando acontecimientos, hacedores y objetos que amplían su ya extraordinaria aportación y que enriquecen el imaginario boricua. Negándose a lo predecible, este artista es como aquel poste en el centro del batey por el cual descienden las deidades. Está destinado a conjurar imágenes para que anden sueltas por la tierra.
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Nombre que le daban a la Isla los habitantes taínos a la llegada de los españoles en 1492, y del cual se deriva el gentilicio boricua.
Una primera versión de este párrafo apareció por primera vez en Voces y Visiones: Highlights from El Museo del Barrio’s Permanent Collection.
Petra Barreras del Río
20 de febrero de 2004