Haciendas Cafetaleras de Puerto Rico 1987-1990

Serie en Blanco y Negro

Durante un período de tres años, Méndez Caratini documentó 36 haciendas de café en las montañas de Puerto Rico. Este es su homenaje a don Luis F. Caratini, su abuelo de descendencia corsa, y a los agricultores y campesinos que cultivan y trabajan diariamente cosechando nuestro café. La extraordinaria calidad del café de Puerto Rico era renombrada por toda Europa y se dice que era el preferido en el Vaticano.

Ricardo Viera
Lehigh University Art Galleries
Director / Curador
Bethlehem, PA
Octubre de 2003

During a three year period Méndez Caratini documented 36 coffee plantations in the mountains of Puerto Rico. This is his homage to Don Luis F. Caratini, his grandfather of Corsican descent, and to the growers and country people who labor every day harvesting our coffee. The remarkable quality of Puerto Rico’s coffee was renowned throughout Europe, where it was said to be the Vatican’s choice.

Ricardo Viera
Lehigh University Art Galleries
Director / Curator
Bethlehem, PA
October 2003

DESARROLLO, PROCESAMIENTO Y HACIENDA

APUNTES SOBRE EL CAFÉ :

EL ORIGEN DEL CAFÉ, procedente de Etiopía y Arabia Saudita, tiene varias leyendas. Una se refiere a un pastor de cabras yemenita , quién al observar excitación en sus cabras luego de comer cerezas de café, las consumió para estimularse. Continúa la leyenda relatando cómo la historia del pastor de cabras llega a un monasterio donde su Imán, deseoso de encontrar remedio al sueño de sus derviches durante las horas de oración y vigilia nocturna, adopta y disemina el uso del café para animar su congregación. Con el tiempo, el café se convierte en un fruto utilizado para agudizar y estimular los sentidos; su consumo se disemina a través del mundo árabe. En su origen, el café se consume en su cereza natural, luego en bebida hecha con la cereza completa, y posteriormente, en el siglo 12, en la bebida caliente hecha de café seco, tostado y molido que se conoce hoy. A través del comercio árabe, el café llega a Europa donde ya para el siglo 17 existen casas de café dedicadas a la reunión y tertulia. De Europa se lleva a las colonias francesas, holandesas y españolas para su cultivo. El café, de acuerdo a la historiadora Gil-Bermejo, se introduce en Puerto Rico en el 1736, y su cultivo fue fomentado por el gobernador Felipe Ramírez Estenós, quién conoce el fruto y su potencial económico en un viaje a Cuba.

En la Isla se comienza el cultivo del café cerca de Coamo y en terrenos costeros. Durante el siglo 19 el cultivo del café se muda a la parte alta de la Isla, dejando los llanos al cultivo de la caña. A fines de siglo, el café, cultivado principalmente en haciendas cuyos dueños eran corsos y mallorquines, tiene su periodo de mayor crecimiento, dominando, junto al azúcar, la economía de la exportación. El Censo de 1899 informa que el cuarenta y uno por ciento de la tierra cultivada se destina al café e indica la existencia de 875 establecimientos para procesar café (haciendas). En dicho momento, el café, con una cosecha de 600,000 quintales, envuelve aproximadamente la mitad de la población de la Isla en su actividad productiva.

Durante el siglo 20, azotado por dos guerras mundiales, una gran depresión económica, un cambio de soberanía, varios huracanes, y profundos cambios tecnológicos y sociales, el café pierde su jerarquía. Puerto Rico, país exportador, comienza a importar café. En el 1969 el gobierno eliminó el subsidio al café de exportación y obligó el cese de esta actividad. En los últimos diez años ha habido un suave resurgir de una industria cafetalera transformada. En el 1988 se producen 285,000 quintales y hay proyecciones para lograr la autosuficiencia de 388,000 quintales durante esta última década del siglo – no empece los daños ocasionados por los huracanes Eloísa, Gilbert y Hugo, el impacto de la plaga de la roya, y la escasez de braceros en la región. La industria del café, a pesar de su decaimiento, se mantiene como una importante actividad en su región, impactando la economía de municipios como Lares, Las Marías, Maricao y Yauco. El cultivo del fruto cubre aún gran parte de las laderas de la región cafetalera, donde están localizadas las tradicionales haciendas de café.

Muchas de estas haciendas, que tipificaron el desarrollo de esta industria, se encuentran en precaria situación al haberse convertido en lugares exclusivamente de siembra, trasladándose el aspecto industrial a beneficiados o torrefactoras que procesan, o tuestan y muelen, el café a escala regional. La unidad básica de la hacienda se compone de la casa grande, la casa de máquinas, el almacén y el glácil. Son estas estructuras principales, a veces aisladas y otras consolidadas, en su relación al glácil las que brindan las características más distintivas de la hacienda cafetalera. La hacienda varía en tamaño. Las hay muy pequeñas, incluyendo únicamente la casa de familia con un pequeño cuarto de máquinas en la propia casa y un espacio para resecar el café al sol. También hay haciendas que se forman de varias estructuras incluyendo la casa grande, casa de máquinas, almacenes, establo de caballos, cuadra de mulas, panadería, tienda de raya, y diversos establecimientos residenciales – casa del mayordomo, casa de agregados y barracones o cuarteles para los braceros durante la cosecha.

Los materiales de construcción de las haciendas son muy sencillos. Originalmente, durante el siglo 18 y la primera parte del siglo 19, los techos se construyen en paja o teja, y algunas paredes expuestas a los embates de las lluvias se cubren con tejamaní. Con la llegada del zinc en el último cuarto del siglo pasado – de fácil transportación, poco peso y volumen, y resistencia a los insectos y la humedad – el material se convierte en favorito de la región, sirviendo de techumbre y recubrimiento de paredes exteriores. Este material acompaña la madera, aserrada de árboles de la propia finca, y al barro y cal (de los pisos terreros, los muros, y el glácil) en la fabricación de las numerosas haciendas cafetaleras de los últimos cien años. De más reciente inserción, el hormigón se utiliza en la fabricación de nuevas estructuras cafetaleras en sustitución de la madera, reteniendo el uso del zinc como material de techo.

La hacienda cafetalera procesa la baya del café para extraer la semilla. El café uva está formado por dos semillas cubiertas de un fino pergamino, la pulpa, y su cáscara. La hacienda puede producir dos tipos de café: café collor (café uva secado junto a la pulpa y cáscara) y café pergamino (semilla del café secado sin la cáscara). El primer tipo de café, de menor calidad, requiere solamente un proceso de secado de la uva para evitar su pudrición; el café pergamino requiere un proceso de remoción de la pulpa y la cáscara antes del secado. La primera actividad para producir café pergamino es el despulpado de la uva. Para esta actividad se usa la máquina despulpadora, antiguamente de rollo de madera tachonados con clavos de bronce. La semilla descortezada pasa de la despulpadora a un tanque de agua, donde se fermenta la pulpa en menos de un día y se desprende la semilla, la cual pasa a secarse. Antiguamente el secado se hacía fuera del cuarto de máquinas – en el glácil, en las gavetas de madera (correderas), o en el cielo raso (ático) de las principales estructuras de la hacienda – utilizando el calor del sol; posteriormente se introduce el bombo (un cilindro metálico giratorio) que utiliza un calentador y un abanico para generar y distribuir calor. Este último proceso, aunque más costoso, seca el café en horas en vez de los diez a quince días de secado al sol.

En las últimas décadas, la batea (un tanque abierto de cerca de tres metros de diámetro con calentador y abanico) se ha convertido en el proceso de secado más utilizado. Al terminar el secado, el grano retiene la fina piel color marrón pálido y se le conoce como café pergamino. En muchas haciendas el café pergamino es el producto final; en otras se continua con el pilado y el venteado del café, removiendo y separando el pergamino del grano. Para lograr este trabajo de forma mecánica, que se hizo de forma primitiva con un pilón de madera y venteando el café al aire, se introduce primeramente la máquina tahona. Esta tahona tiene un canal circular horizontal, usualmente de madera, con una o dos grandes ruedas verticales que giran dentro de la canal. La canal se llena de café pergamino y la fricción de un grano contra otro pila el grano, desprendiéndole su piel. Al terminar el pilado se utiliza una máquina venteadora, de madera o de metal, que sopla y separa el pergamino del grano. Posterior a la tahona, y de su uso actual, se introduce la piladora mecánica que realiza el trabajo en menos tiempo y menos espacio y que también ventea el café.

La fuerza motriz de estas maquinarias varía a través del tiempo y de acuerdo a la localización de la hacienda, utilizando fuerza animal, rueda hidráulica, turbina, motor de vapor, motor de diesel o gasolina, y electricidad. A fines del siglo pasado, en el esplendor de la industria, las haciendas se dividen entre las cercanas al río con rueda hidráulica o turbina, y las localizadas a distancia del río, que utilizan fuerza animal o motor de vapor para su fuerza. Las haciendas cercanas al río contienen un articulado sistema de represa, canales y acueductos que trae el agua de río arriba para usarla en la hacienda (en la rueda hidráulica o la turbina) y luego devolverla al río a través de otro sistema de canales. Estas haciendas siempre gozan del disfrute del agua. Las otras, localizadas a distancia del río, requieren charcas artificiales y tanques de almacenar agua recogidos de techos y gláciles, para tenerla accesible en el despulpado y fermentado del café.

El café ha sido sumamente importante a la historia social, económica y cultural de la Isla. A fines del siglo pasado la hacienda cafetalera fue el centro de actividad de su región, y las más grandes proveyeron el punto de contacto comercial de la comunidad y el lugar por el cual pasaban los principales caminos que unían con los pueblos. La industria del café se ha adaptado a nuevas tecnologías y necesidades. Algunos hacendados han modernizado sus haciendas; la mayoría se han convertido en agricultores vendiendo el café a las principales tahonas o casas torrefactoras del país. Las grandes haciendas cafetaleras del siglo pasado, debido a su desuso como centro de procesamiento, fragilidad de materiales, e inclemencia del tiempo están deteriorándose a gran velocidad. Muchas han desaparecido y de sus remantes solo quedan restos del glácil, los tanques de lavado, y uno que otro soco que sirvió de apoyo a la casa grande o la casa de máquinas; otras muchas están por desaparecer. Urge la documentación y preservación de este frágil patrimonio. En este aspecto, el trabajo investigativo y artístico de Méndez Caratini, así como el de otros investigadores del tema, adquiere especial relevancia en la recreación de la historia del café.

Rafael Pumarada
San Juan, Puerto Rico
Abril de 1990

En una época, la excelente calidad del café puertorriqueño se convirtió en la bebida preferida en todas las capitales europeas – y se le consideraba como una importación exótica del Occidente.

En la actualidad, las plantas procesadoras de café permanecen abandonadas en las montañas, mientras la maquinaria enmohece y se deteriora. Las enormes ruedas hidraúlicas se han detenido y yacen inertes, arropadas por la vegetación. Los ríos y quebradas, que en una época eran fuentes de energía, hoy se encuentran obstruidos o secos. Y en los imponentes edificios de las haciendas, hoy abandonados, sólo el espíritu de los antiguos propietarios son testigos de una era que se ha ido.

Cualquier oportunidad de interpretar mejor el pasado siempre contribuye a comprender el presente. La cámara fotográfica ha sido, desde sus comienzos, un instrumento excelente como registro de la historia, y en las manos de un fotógrafo talentoso, trasciende esos límites. “Haciendas”, la muestra fotográfica de Héctor Méndez Caratini, es un buen ejemplo de ello.

Estas imágenes elocuentes, estimulantes, cuales voces del pasado, nos hablan en términos vigorosos, simples, francos – sin recurrir a trucos fotográficos, distorsiones, ni afectaciones – y posiblemente esa sea la fuente de su poder evocador. En los interiores austeros, la alcoba, la sala, la cocina, casi se pueden escuchar las pisadas y los murmullos de la familia que en una época habitaba la hacienda. Aunque realizadas en forma de documental, las fotografías parecen impregnadas de un aura de misterio y leyenda y –al igual que todo arte de categoría – provoca al espectador a imaginar mucho mas que de lo que aparece en la superficie.

Las haciendas y la vida que transcurría en ellas han pasado a la historia. Sin embargo, gracias al arte de la fotografía y sensibilidad de Héctor Méndez Caratini, nunca serán olvidadas.

Jack Delano, Fotógrafo
San Juan, Puerto Rico
Abril de 1990

LA SERIE DE FOTOGRAFÍAS, en blanco y negro, titulada Haciendas Cafetaleras de Puerto Rico se la dedico a la memoria de mi abuelo maternal Don Luís F. Caratini, con el cual aprendí a cultivar, a muy temprana edad, los valores de nuestra tierra. Fue con él, durante nuestros viajes de fin de semana a su finca de café, que empecé a entender y respetar nuestras costumbres. En el recuerdo de su trabajo veo representado el arduo esfuerzo de nuestros hacendados y jíbaros que diariamente laboran las haciendas cafetaleras. La excelente calidad de nuestro café llegó a adquirir reconocimiento internacional en Europa, llegando a decirse que era el café de preferencia en el Vaticano. Mi más sincero reconocimiento a estos trabajadores, algunos descendientes corsos y mallorquines, que con gran orgullo aún preservan esta noble tradición puertorriqueña.

A mediados del siglo 19 mi bisabuelo corso le compró la Hacienda La Mallorquina a un comerciante español; cuatro generaciones mas tarde, la misma aún se encuentra en manos de un descendiente de la familia. Curiosamente, el Barrio Pulguillas, donde se encuentra esta hacienda, le pertenece al Municipio de Coamo – lugar por donde un siglo antes, se introdujo y cosechó, por primera vez, el café en nuestra Isla.

Temprano en mi carrera profesional me adentré de lleno en fotografiar el tema del jíbaro (ícono de la puertorriqueñidad) y la vida campesina. Durante la década del 1970 fotografié los trabajadores de mi finca cafetalera en sus labores cotidianas y en los menesteres de la cosecha. Luego, expandí mi radio operacional y exploré otras comunidades rurales, llegando hasta documentar la intimidad de sus viviendas – reflejos de añoranzas, sueños y creencias religiosas.

Cuando regresé a la Isla a mediados de 1987, después de una breve estadía de dos años en Cambridge, Massachussets, mientras mi esposa realizaba estudios doctorales en Harvard University, me encontraba deseoso de reintegrarme de lleno a la búsqueda de mis raíces. Dos queridos amigos, el Arquitecto Rafael Pumarada y el Ingeniero Luís F. Pumarada O’Neill, me invitaron para que los acompañara mientras realizaban unos estudios de arquitectura y arqueología industrial sobre el tema de las haciendas. A ellos les estoy muy agradecido. Durante un intenso periodo de casi dos años madrugábamos los sábados para manejar hasta las remotas haciendas en el interior de la Cordillera Central. Llegábamos al amanecer y por lo general fotografiaba una hacienda por la mañana y si el tiempo me alcanzaba, una segunda por la tarde hasta que oscureciera. De vez en cuando, uno que otro mayordomo nos alertaba de otras posibles haciendas a fotografiar durante el próximo viaje.

Recuerdo vívidamente los innumerables cuentos y anécdotas que me hacían los hacendados y mayordomos mientras fotografiaba sus respectivas haciendas. Por ejemplo, los jíbaros compartían sus conocimientos adquiridos a través de la sabiduría popular. Me dejaban saber cuando era el mejor periodo para las tareas relacionadas a la cosecha. Aseveraban que durante la construcción de las centenarias haciendas, los árboles de la finca se cortaban bajo el periodo de la luna de cuarto menguante. De esta forma, la resina se impregnaba en el tronco de la madera, haciéndola mas resistente a la polilla y el comején. Por otro lado, mencionaban que los árboles se capaban, para matarlos, haciéndole una profunda incisión circular alrededor de su tronco durante la luna nueva.

El señor Collazo, actual propietario de la Hacienda Paraguas, con orgullo me narró como de su hacienda salió un grupo de revolucionarios, en el 1868, que participaron activamente en el Grito de Lares. De igual forma, los propietarios de la Hacienda Asunción afirman que dentro de sus predios están enterrados los restos de Matías Brugman (otro de los patriotas del Grito de Lares). Por su parte el señor Roura, de la Hacienda Rosario, nos relató como en el balcón de la Casa Grande, donde estábamos parado, se suicidó el hacendado, con su revolver aniquelado, al verse en la bancarrota. En la Hacienda Margarita, su mayordomo nos cuenta que durante las noches de luna llena se acostumbra escuchar el galopar de un brioso corcel. Y que cuando uno mira, ve la figura fantasmagórica de un jinete decapitado cabalgar desbocado por la finca. Doña Nelly Masini generosamente nos permitió pernoctar en su Hacienda María, permitiéndome fotografiar la impresionante neblina al amanecer. En otra ocasión, la familia Ozonas nos convido a una inolvidable cena en su Hacienda La Balear.

Algunas de estas haciendas se encuentran en un estado de abandono total. Debido a lo inaccesible y remoto de estos lugares, muchas de ellas resultaban muy peligrosas visitar y estaban totalmente vandalizadas. En una de estas hasta nos corrieron y persiguieron para asaltarnos. Al visitar por segunda ocasión (en un periodo menor de un año) la casa comercial Sobrino de Mayol Hermanos (que se encontraba en capítulo de quiebra en la corte federal), me encontré que la impecable maquinaria de la tahona había sido destrozada y reducida a escombros. De igual forma, se comentaba que los herederos de la Hacienda el Muerto intencionalmente le pegaron fuego a la estructura por desacuerdos familiares relacionados a la herencia. Y cuando visité por segunda vez la Hacienda San Calixto, su centenaria edificación estaba totalmente derrumbada a causa del Huracán Georges.

Debido a una multiplicidad de razones, que dificultan cada día mas la sobre vivencia de nuestras haciendas, las mismas pronto se convertirán en remembranzas del pasado si no es que se toman las medidas adecuadas para fortalecer la debilitada industria cafetalera. Los cupones de alimentos constituyen uno de los factores principales responsable de la escasez de mano de obra en los cafetales. También, los efectos de las plagas del comején y la polilla en las estructuras de madera, al igual que el de la roya en los cafetos, acompañado de los devastadores efectos de los huracanes finalmente acabaran con las cosechas y las haciendas. Por lo tanto, hace falta mayores incentivos gubernamentales y compromiso de las entidades privadas que ayuden a fortalecer la crisis general por la cual atraviesa la agricultura; leyes que beneficien la exportación del grano del café gourmet y la restauración de las históricas edificaciones, entre otras. Confío en que el trabajo que he realizado sirva de modelo inspirador, para ayudar a concientizar al público en general de la urgencia que tenemos para preservar nuestro patrimonio nacional – las preciadas Haciendas Cafetaleras de Puerto Rico.

Durante estos veinticinco años, de interrumpida labor fotográfica (1974-1989), logré mas de 3,000 imágenes que ilustran el tema. Este estudio fotográfico, que documenta la vida en nuestras antiguas haciendas cafetaleras, ha sido posible en parte gracias a una beca de trabajo del Fondo Nacional para el Financiamiento del Quehacer Cultural. Para el mismo se fotografiaron, del 1987 al 1989, 36 haciendas, tahonas, casonas, y fincas de café en distintos municipios del interior de nuestra Isla. Otra media docena mas de haciendas ya las había fotografiado inicialmente durante la década del 1970. En el 1990 el Banco Popular de Puerto Rico exhibió una muestra representativa de este trabajo en la Sala Rafael Carrión Pacheco, en el Viejo San Juan. Posteriormente, las mismas se han exhibido en numerosos museos en los Estados Unidos, Latinoamérica y Europa, entre otros países.

Héctor Méndez Caratini
Isla Verde, Puerto Rico
Abril de 2006

Haciendas Cafetaleras de Puerto Rico

Black and white photographs of the coffee plantations in Puerto Rico.