Fiebre, 2004-2008

Serie en Color

En estas fotos de Fiebre se exalta el lado esteticista de la fotografía de Méndez Caratini; éste se adentra en las sutilezas del montaje cibernético y la fotografía publicitaria. Deslumbra justo la composición lograda a base de los colores de esas calcomanías y pinturas aplicadas sobre las carrocerías de los automóviles. Es un arte que regodeándose en la superficie del auto de competencia cobra su mejor definición en el talento de Méndez Caratini para los contrastes cromáticos, sutiles imágenes bien compuestas, y mejor reelaboradas, según la magia del photoshop.

(Extracto)

Edgardo Rodríguez Julía
Guaynabo, Puerto Rico
Enero de 2008

In these images of Fever, the esthetics side of Méndez Caratini’s photographs is exalted. He delves into the subtleties of cybernetic montage and advertising photography. The composition achieved, based on the colors of these stickers and paints applied to the cars, dazzles. It is an art that takes delight on the surface of the competition cars and takes Méndez Caratini’s best talent to contrast the colors, subtle well-composed images, and better reworked, according to the magic of PhotoShop.

(Excerpt)

Edgardo Rodriguez Julía
Guaynabo, Puerto Rico
January 2008

ADRENALINA

Aún conservo grabadas en la memoria de mis recuerdos aquellas imborrables imágenes, llenas de acción, de cuando mi padre me llevó de niño por primera vez, para presenciar las impresionantes carreras de autos que se llevaban a cabo en la Base Aérea de Ramey (1950s) y en la Pista de Caguas (1960s).

Me acuerdo vívidamente de cuando el legendario Juan Manuel Fangio nos visitó y de nuestro Rafi Rosales, que desafiaba las arriesgadas curvas de las montañas de Caguas en su Porsche convertible – y de como cuando tiraba los cambios, con su deforme brazo derecho, el cabello de la muñeca de su hija, amarrada al roll bar, flotaba libremente con el viento.

O, las estampas de los gringos manejando a toda velocidad por la interminable pista de aterrizaje de la base militar, en Aguadilla – desde donde despegaban los gigantescos B-52s. Y de cómo los ensordecedores Corvettes, Cobras y T-Birds, con sistemas de super charger, hábilmente esquivaban los neumáticos, que estratégicamente estaban esparcidos por toda la improvisada pista, acuñada de espectadores.

Luego, de adolescente, a las altas horas de la noche los fines de semana, quemaba la fiebre en el Balneario de Isla Verde en mi Fiat 124 Sports Coupe. Recuerdo que por las tardes, manejaba al brioso (amarillo chillón) deportivo italiano hasta la pista del Aeropuerto de Isla Grande, donde le echaba gasolina de avión, de 104 octanajes. ¡A 25 centavos el galón! Y, claro está, pendiente a las redadas nocturnas de la “jara”.

Al concluir mi ensayo fotográfico VAQUERIANDO (2002), decidí incursionar con un nuevo portafolio de imágenes, de temática contemporánea. En donde los anónimos héroes populares, en vez de montar briosos caballos o salvajes toros en los polvorosos rodeos campestres, conducirían sus poderosos bólidos, con cientos de caballos de fuerza, sobre el candente asfalto negro.

Del 2004 al 2007 me propuse documentar a nuestros audaces pilotos de carreras que practicaban el peligroso deporte de la FIEBRE (2008). Visité en numerosas ocasiones la Pista de Carolina, la Pista de Salinas y la Ponce International Speedway, donde obtuve miles de fotografías sobre el tema.

Mientras que en los Estados Unidos, Europa y en Latinoamérica los corredores del NASCAR y Formula I se convierten en míticas figuras de la TV y son aplaudidos por una audiencia millonaria, en la empobrecida Isla del Encanto las hazañas de nuestras estrellas pasan desapercibidas por la masa popular y son aplaudidas, tan solo, por un puñado de amigos, íntimamente ligados al deporte de la adrenalina.

Con una vibrante paleta de colores, representativas de la tecnología digital del siglo 21, las fotografías que integran esta etnografía visual ilustran la cultura y subcultura de la fiebre, la psiquis del machismo puertorro, las chicas del reggaetón, así como la trágica muerte del Misito “La Pulga”, entre otras dramáticas escenas de enfurecidos dragones de metal, quimeras que escupen fuego por sus entrañas, batallando por el mejor tiempo.

Las fotografías son fotomontajes, de tipo collage, compuestos de dípticos, trípticos y múltiples imágenes en una. Están impresas con la técnica del Giclée. Esta nueva suite, de carácter experimental y monumental, es una lógica extensión de mis anteriores proyectos, que tienen sus orígenes estilísticos en: FE (Fig. 1.) , ESPERANZA Y CARIDAD (1995); SER O NO SER (Fig. 2) (1998); VIEQUES: CRÓNICAS DEL CALVARIO (Fig. 3) (2000).

Con este cuerpo de trabajo deseo motivar a nuestros jóvenes a quemar su adrenalina en las pistas, en vez de en la clandestinidad de las oscuras carreteras. De lo ilegal a lo legal, donde existe mayor seguridad para todos. FIEBRE es una obra de arte local, representativa de una temática global que ilustra la modalidad del momento, la cultura de la juventud y sus pasiones.

Héctor Méndez Caratini
Isla Verde, Puerto Rico
Enero de 2008

Fiebre

Héctor Méndez Caratini es nuestro gran cronista fotográfico. Desde que el cronista Ramón Juliá Marín comenzó a usar su kodak brownie, para la captación de esa realidad social que tanto ocupó sus artículos en el Puerto Rico Ilustrado de principios de Siglo XX, la fotografía parecería seguir el trecho del testimonio social abierto por el periodismo, la crónica y la novela.
Ya en los años cuarenta y cincuenta, la fotografía de Edwin Rosskam y Jack Delano—ambos fotógrafos de la Farm Security Administration—siguió la pista dejada en la literatura puertorriqueña por la generación de los treinta y los cuarenta: las penurias de la caña y las huellas marcadas desde la ruralía al arrabal y la barriada, la conversión del campesino en proletario.
Méndez Caratini, con su obra fotográfica ejemplar de más de tres décadas, ha completado ese itinerario de la fotografía como importante testigo social: Ha documentado fotográficamente la desaparición de la caña y las haciendas cafetaleras, las degradadas fiestas de Santiago Apóstol en Loíza Aldea, el regreso de los presos nacionalistas, las ceremonias del sincretismo religioso en el Caribe, los rodeos boricuas a la Orvil Miller y, ya más recientemente, los festivales de reguetón y esas fiestas de la velocidad que son el “stock car racing” criollo, ambientado según el trópico macharrán, el modo legal de esas competencias de fiebrús adolescentes que tuvieron sus sitios de poder preferidos en las avenidas Martínez Nadal y Lomas Verdes.
La “fiebre” de la competencia automovilística es la manera de transformar en deporte nuestra necedad al convertir la bella campiña puertorriqueña en depósito de chatarra móvil o tiestos herrumbrosos para la maleza. Si Puerto Rico corre peligro de levantarse un día para reconocerse como una gran autopista o portaviones, cancha de baloncesto o estacionamiento, bien vale la pena transmutar esos temidos, terribles y adictivos vehículos de motor en ocasión de entusiasmo, competencia, vistosidad, fausto mediático y ocasión, de lo más slick y chic, para la publicidad siempre acechante de una sociedad de consumo.
Las imágenes de Fiebre connotan ese poderío testicular que ambiciona el macho puertorriqueño. Encapsulados en sus vehículos como astronautas varados en tierra, detrás de cascos, aditamentos de medición de revoluciones por minutos, rejillas de seguridad y cablerías y tuberías de todo tipo y mayor manejo, el hombre detrás de tanta parafernalia desea una imagen que la publicidad, y los lemas pintados sobre la carrocería de sus autos, vienen a completar y perfeccionar. Uno de esos lemas es No te asuste(s), preocúpate, así dicho sin mucha concordancia gramatical o semántica: es un llamado a nosotros para mantener distancia y al otro competidor para reclamar respeto, una ecuación de valía no exenta de cierta jaquetonería de barriada. Los ojos detrás de esos visores y cascos tienen la tristeza—alguna vez la timidez—de la impostura; exigen de nosotros hasta cierta ternura, porque son como muchachos ya grandes jugando a la fantasía de su propio poder sobre la máquina y la velocidad.
Detrás de los cascos, están los rostros del nuevo Puerto Rico, indiferenciables en esa blandura agringada y clasemedianera que identificamos con el suburbio norteamericano. Pero, de pronto, salta a la vista ese bigotito de macharrán boricua de barriada, justo detrás de tanto slickness publicitario, la tristeza ya no de una impostura sino de un disfraz. A veces, sólo a veces, la mirada es desafiante. Casi siempre es actitud alegre y satisfecha, liviana, como un día de consumo desenfrenado en Plaza Las Américas.
Este Puerto Rico de Fiebre no sufre de calenturas sino de bienestar mediático y publicitario. La imagen es el mensaje, el masaje y también el Eros, porque cuando el hembrismo o el machismo se convierten en superficie, aflora esa provocación del deseo hecho vanidad. La cara de la fiebre—a pesar de las gafas oscuras chic y las sonrisas complacidas, poco sudor y mucha simpatía—tiene las señas de cierto envanecimiento light. Entonces, casi sin aviso, y luego del rostro de Eros, mofletudo, contento y con algo de baby fat, de repente confrontamos el memento mori de la velocidad: la gente muere en estas competencias, los autos se queman y ellos se achicharran. Cuando curioseamos ese montaje de los aceros retorcidos y chamuscados, adivinamos en la mirada del driver vivo la aprensión, la terrible premonición ya asumida como destino.
En estas fotos de Fiebre se exalta el lado esteticista de la fotografía de Méndez Caratini; éste se adentra en las sutilezas del montaje cibernético y la fotografía publicitaria. Deslumbra justo la composición lograda a base de los colores de esas calcomanías y pinturas aplicadas sobre las carrocerías de los automóviles. Es un arte que regodeándose en la superficie del auto de competencia cobra su mejor definición en el talento de Méndez Caratini para los contrastes cromáticos, sutiles imágenes bien compuestas, y mejor reelaboradas, según la magia del photo shop.
En Fiebre la trayectoria de Méndez Caratini como fotógrafo explora esa frontera entre la antigua observación del ojo atento, vigilante, y la futura manipulación de la imagen cibernética.

Edgardo Rodríguez Julía
Guaynabo, Puerto Rico
Enero de 2008

Mensaje del Rector de la Universidad del Turabo

EI Museo y Centro de Estudios Humanísticos Dra. Josefina Camacho de la Nuez de la Universidad del Turabo (UT) se enorgullece en presentar la exposición Fiebre del destacado fotógrafo Héctor Mendez Caratini.

A 10 largo de sus treinta afios de trayectoria en la fotografía, Mendez Caratini ha logrado captar imagenes de diversas manifestaciones del pueblo puertorriqueño. Ha participado en varias exposiciones individuales y colectivas y sus obras se han exhibido en importantes sedes de las artes, en y fuera de Puerto Rico. La exposición Fiebre es un acercamiento a una de las actividades que mas apasiona a sus seguidores: las carreras de autos. En una combinación, tanto artfstica como educativa, se presenta a traves de 22 impresionantes fotografías diversas perspectivas de estas carreras. Los invitamos a disfrutar de esta exposición y a continuar apoyando el arte en sus diversas manifestaciones.

Rector Dennis Alicea Rodríguez, Ph. D.
Universidad del Turabo, Rector
Gurabo, Puerto Rico
Marzo de 2008

Fiebre

para Z.

The nakedness of woman is the work of God.
– William Blake

en lengua muerta, ulo quiere decir esposa.
– Nydia Fernández

Canta la alada décima de Anjelamaría Dávila:

tus nalgas

cúspide y continuidá
son el centro del reverso
del centro que sin esfuerzo
promete profundidá.
dos mitades; en verdá
no sólo por afición
útil accesorio, son
hermosas y bienqueridas
asidero en la venida
profunda de la pasión.

Ni dudarlo, las nalgas son motivo vital en las artes puertorriqueñas. Toda una disquisición sobre el tema en Una noche con Iris Chacón de Edgardo Rodríguez Juliá; en versos de Luis Palés Matos, que declara “tus nalgas son el timón”; en versos de Joserramón Melendes, aquí en el terceto final de su soneto La langosta (¡!): “¡Cómo no iba a olbidarme del mundo/ si demográficamente dos nalgas dan i sobran,/ tus nalgas, tus dos orbes paralelos!”

No se trata de una atracción únicamente masculina. (Véase Dávila.) De que las puertorriqueñas comparten este entusiasmo da fe el presente éxito de los mahones Pompis, descendientes de los Chardón, los Bomba, y los hip-huggers de las pasadas décadas. No es mera casualidad que, en Las puertas del placer, una muy fina Rosario Ferré sentencie: “La mujer puertorriqueña siempre se ha sentido orgullosa de su culo”.

En nuestras artes visuales, lugar de privilegio le tienen la Majestad negra de Rafael Tufiño, la Adriana de Domingo García, el Bodegón de Myrna Báez, por no hablar de las decenas que debe haber pintado Francisco Oller y que perdidas quedaron en Europa. Recientemente ingresa a este panorama la fotografía de Héctor Méndez Caratini en su serie dedicada a las carreras de automóviles, Fiebre (2004-08).

Ah, pero esta foto… Incorporada a un muro en cualquier calle, formaría parte de un paisaje habitual; pero en una galería de exhibiciones de arte… Y es que la palabra impresa crea distancia, la pintura, el grabado y la escultura crean distancia, pero la fotografía nos es inmediata, ordinaria, y esa familiaridad nos impide distanciarnos de la imagen, pensar en ella como “arte”. Más bien, esta foto parece ser producto de la ubicua publicidad. Si las Campbells’s de Warhol están pintadas/distanciadas, las nalgas y las marcas comerciales fotografiadas por Méndez Caratini son idénticas a las que por ahí vemos, ninguna diferencia que no sea el contexto—la galería de arte—en el cual se exhiben. Difícil evitar pensar que esas nalgas están ahí por la misma razón que las demás en calles y redes de internet, la de vender algún producto explotando el deseo erótico del posible consumidor. Los espectadores de Méndez Caratini, en una venturosa confusión, nos preguntamos si estamos ante estética o negocio.

Toda obra de arte se pone a sí misma en tela de juicio y Fiebre cumple a cabalidad con ello. Méndez Caratini enfrenta el reto de hacer arte que se niega a sí mismo como arte, al mantener la obra en suspenso, con los espectadores indecisos entre la aceptación de la imagen como expresión artística y el reconocimiento incómodo de que esa imagen es equivalente a las del cotidiano bombardeo comercial. No obstante, el arte admite, contrario al anuncio, la contemplación extendida. Por ello, una observación meticulosa nos permitirá reconocer la mirada, no del publicista, sino del artista.

Al examinar detenidamente esta imagen, reconocemos que la selección y el balance de los colores—verde, azul, naranja—son impecables, lo que confirma la veteranía de un incuestionable maestro del color. Méndez Caratini hace también alarde de su concienzuda estructuración de imágenes, pues todas nos remiten a dos formas elementales, el triángulo invertido en el anuncio del carro y en el gistro, y el círculo de las esféricas nalgas y los números, repetición de formas que une en el centro las dos formas de los extremos. Recorriendo la imagen de izquierda a derecha y viceversa, este juego nos obliga a reconocer el ojo de un curtido artista.

La pieza está dividida en tres partes y, para un observador alerta, es inevitable la asociación con el tríptico de la pintura occidental. Parte importante de la tradición pictórica cristiana, el tríptico es útil al invocar la doctrina trinitaria, o al destacar la figura de la Virgen-Madre del Salvador y la humanidad. El tríptico permite también desarrollar una narrativa puesta al servicio de la posible redención del pecador. En Occidente se lee de izquierda a derecha y en sus ejemplos más conocidos, las imágenes van del paraíso al pecado al infierno, del nacimiento a la crucifixión a la resurrección. Exposición, crisis, desenlace. La imagen principal central suele ser de mayor tamaño que las de los extremos y pueden doblar el tamaño de éstas. El tríptico ocupa su lugar en el altar, como imagen privilegiada que indica el camino de la salvación a los creyentes. Aún en tiempos seculares, la composición en tríptico es utilizada por artistas que interesan ofrecerle a sus espectadores alguna clave, algún ancla, para descifrar los motivos de la imagen; pensemos, por dar el ejemplo más obvio, en el Guernica de Picasso.

Al comparar un tríptico cristiano con este tríptico de Méndez Caratini, la correlación de imágenes es inesperada. En el lugar que ocuparía la natividad o el paraíso, aparece un auto de carreras en el que figura prominentemente la marca “Mazda”; el espacio de la crucifixión o de la Virgen lo ocupa las nalgas de mujer con gistro, y el tercer espacio del tríptico, el tradicionalmente asignado a la resurrección o el infierno, combina tres imágenes disímiles pero conectadas por el patrón circular que cada una de ellas comparte con el “01” central. Esta correlación es sorprendente porque, al contrario del tríptico cristiano, aquí no parece haber un movimiento hacia “la redención” o “la condenación”, un movimiento hacia alguna parte. Recorremos las tres imágenes de lado a lado sin reconocer una narrativa clara que nos permita precisar los motivos del artista. La imagen queda en mayor suspenso del que experimentamos inicialmente, pues además de tener la duda de si es arte o publicidad, es que si resulta ser arte, entonces no estamos seguros de que “diga algo” explícitamente.

El artista ha privilegiado la imagen de las nalgas, no solamente por la centralización y el tamaño, sino por la concisión de la imagen. A diferencia de las otras dos, la imagen central no está compuesta, su uso del color se limita al color de la piel y al azul intenso del fondo que sirve para realzar aún más la calidez del cuerpo. El color aquí da la nota erótica, junto a las formas redondas que invitan a agarrar, lamer, jugar, penetrar. El cuerpo adopta la pose de la Venus helenística, el clásico contrapposto que intensifica la curva de la cadera, moviliza el torso, levanta la nalga izquierda, en un movimiento que abre el espacio entre las piernas, intimando la hendidura, cuya vista frontal es sugerida por el triangular gistro que enmarca los “dos orbes paralelos”. El brillo de las nalgas completa la redondez de esta imagen del deseo, su observador identificado en la foto de la izquierda por el automóvil que asemeja los cascos/máscaras que utilizan los corredores de las otras fotos de la serie.

Erótico, indiscutiblemente; pero solamente si decidimos ignorar a “MAZDA” y a “01”. Por décadas, Méndez Caratini se ha dado a la tarea de documentarnos y esta foto y la serie de la cual forma parte no es la excepción, pues en ella reconocemos al difícil, contradictorio, problemático Puerto Rico de principios del siglo veintiuno. Imposible aquí desentenderse del tan discutido asunto del uso del cuerpo de la mujer como mercancía. En el reino de las Chacones, Taínas, Maripilys, Burbus, y Bombones Semanales, cabría preguntarse si esa desnudez es realmente “la obra de Dios”. ¿Cómo aceptar esta alienación de una parte del cuerpo, la inferior, de su totalidad, particularmente de la parte superior, lugar tradicional del intelecto, una separación que le niega a un ser humano alguna otra función que no sea la de “culo”? Si las imágenes sirven para reconocernos, proyectarnos, identificarnos, estas nalgas ofrecen un limitado espacio a cualquier ser humano que tenga como un valor la plenitud, la integridad.

Al comparar esta imagen con la décima de Anjelamaría Dávila, la disimilitud se revela. Esas nalgas del hombre amado que Dávila celebra no están alienadas del resto de su cuerpo ni mucho menos del de su amada (“asidero en la venida”), como tampoco lo están de nosotros, los lectores del poema, al asignársenos la gustosa tarea de reconocer el inteligente juego de palabras y de forma de la autora. Esas nalgas, tan íntegras, nada tienen que ver con las de la modelo que, crucificada entre anuncios comerciales, permanece aislada, anónima, reducida a la parte inferior, trasera, del cuerpo. Su desamparo se concreta aún más con el inmisericorde paisaje de marcas comerciales que apuntalan su materia fragmentada. ¿Imagen triste?

Y sin embargo… Méndez Caratini ha colocado la imagen de las nalgas en el espacio central del tríptico, aquél, como hemos dicho, que tradicionalmente se le asigna a la Virgen o al Sacrificado, el espacio de la más profunda veneración. Si damos por cierto el orgullo advertido por Rosario Ferré, esa imagen de nalgas de mujer sería signo de victoria de un ser que se sabe superior a cualquier mercancía. La pose de la modelo podría leerse como la de una mujer que libre y conscientemente determina su goce y, en complicidad con el fotógrafo, comparte con la colectividad su satisfacción. Dueña de sí misma (“número 1”), afirma su soberana voluntad de definir su orgullo por encima del mercado y la represión. Su ofertorio de nalgas aparece, entonces, como afirmación de la honra y la autoestima, metonimia del amor propio; su imagen, el triunfo rotundo de la imperecedera Belleza sobre la material contingencia. ¿Imagen feliz?

En su homenaje erótico, Méndez Caratini nos debate entre la alabanza y la problematización, en una pugna que no se resuelve, que no resolvemos, de la que esta foto es testimonio provocador. ¿Celebración o explotación? ¿Aplauso o crítica? ¿Triste o feliz? El asunto queda en febril suspenso…

Título: “Mazda”. Fotografía © copyright 2012 Héctor Méndez Caratini
Nota: una selección del ensayo fotográfico “Fiebre” puede ser vista en www.hectormendezcaratini.com.

FIEBRE

Del 2004 al 2007 me propuse documentar a nuestros audaces pilotos de carreras que practicaban el peligroso deporte de la FIEBRE (2008). Visité en numerosas ocasiones la Pista de Carolina, la Pista de Salinas y la Ponce International Speedway, donde obtuve miles de fotografías sobre el tema.