Fiebre
para Z.

The nakedness of woman is the work of God.
– William Blake
en lengua muerta, ulo quiere decir esposa.
– Nydia Fernández
Canta la alada décima de Anjelamaría Dávila:
tus nalgas
cúspide y continuidá
son el centro del reverso
del centro que sin esfuerzo
promete profundidá.
dos mitades; en verdá
no sólo por afición
útil accesorio, son
hermosas y bienqueridas
asidero en la venida
profunda de la pasión.
Ni dudarlo, las nalgas son motivo vital en las artes puertorriqueñas. Toda una disquisición sobre el tema en Una noche con Iris Chacón de Edgardo Rodríguez Juliá; en versos de Luis Palés Matos, que declara “tus nalgas son el timón”; en versos de Joserramón Melendes, aquí en el terceto final de su soneto La langosta (¡!): “¡Cómo no iba a olbidarme del mundo/ si demográficamente dos nalgas dan i sobran,/ tus nalgas, tus dos orbes paralelos!”
No se trata de una atracción únicamente masculina. (Véase Dávila.) De que las puertorriqueñas comparten este entusiasmo da fe el presente éxito de los mahones Pompis, descendientes de los Chardón, los Bomba, y los hip-huggers de las pasadas décadas. No es mera casualidad que, en Las puertas del placer, una muy fina Rosario Ferré sentencie: “La mujer puertorriqueña siempre se ha sentido orgullosa de su culo”.
En nuestras artes visuales, lugar de privilegio le tienen la Majestad negra de Rafael Tufiño, la Adriana de Domingo García, el Bodegón de Myrna Báez, por no hablar de las decenas que debe haber pintado Francisco Oller y que perdidas quedaron en Europa. Recientemente ingresa a este panorama la fotografía de Héctor Méndez Caratini en su serie dedicada a las carreras de automóviles, Fiebre (2004-08).
Ah, pero esta foto… Incorporada a un muro en cualquier calle, formaría parte de un paisaje habitual; pero en una galería de exhibiciones de arte… Y es que la palabra impresa crea distancia, la pintura, el grabado y la escultura crean distancia, pero la fotografía nos es inmediata, ordinaria, y esa familiaridad nos impide distanciarnos de la imagen, pensar en ella como “arte”. Más bien, esta foto parece ser producto de la ubicua publicidad. Si las Campbells’s de Warhol están pintadas/distanciadas, las nalgas y las marcas comerciales fotografiadas por Méndez Caratini son idénticas a las que por ahí vemos, ninguna diferencia que no sea el contexto—la galería de arte—en el cual se exhiben. Difícil evitar pensar que esas nalgas están ahí por la misma razón que las demás en calles y redes de internet, la de vender algún producto explotando el deseo erótico del posible consumidor. Los espectadores de Méndez Caratini, en una venturosa confusión, nos preguntamos si estamos ante estética o negocio.
Toda obra de arte se pone a sí misma en tela de juicio y Fiebre cumple a cabalidad con ello. Méndez Caratini enfrenta el reto de hacer arte que se niega a sí mismo como arte, al mantener la obra en suspenso, con los espectadores indecisos entre la aceptación de la imagen como expresión artística y el reconocimiento incómodo de que esa imagen es equivalente a las del cotidiano bombardeo comercial. No obstante, el arte admite, contrario al anuncio, la contemplación extendida. Por ello, una observación meticulosa nos permitirá reconocer la mirada, no del publicista, sino del artista.
Al examinar detenidamente esta imagen, reconocemos que la selección y el balance de los colores—verde, azul, naranja—son impecables, lo que confirma la veteranía de un incuestionable maestro del color. Méndez Caratini hace también alarde de su concienzuda estructuración de imágenes, pues todas nos remiten a dos formas elementales, el triángulo invertido en el anuncio del carro y en el gistro, y el círculo de las esféricas nalgas y los números, repetición de formas que une en el centro las dos formas de los extremos. Recorriendo la imagen de izquierda a derecha y viceversa, este juego nos obliga a reconocer el ojo de un curtido artista.
La pieza está dividida en tres partes y, para un observador alerta, es inevitable la asociación con el tríptico de la pintura occidental. Parte importante de la tradición pictórica cristiana, el tríptico es útil al invocar la doctrina trinitaria, o al destacar la figura de la Virgen-Madre del Salvador y la humanidad. El tríptico permite también desarrollar una narrativa puesta al servicio de la posible redención del pecador. En Occidente se lee de izquierda a derecha y en sus ejemplos más conocidos, las imágenes van del paraíso al pecado al infierno, del nacimiento a la crucifixión a la resurrección. Exposición, crisis, desenlace. La imagen principal central suele ser de mayor tamaño que las de los extremos y pueden doblar el tamaño de éstas. El tríptico ocupa su lugar en el altar, como imagen privilegiada que indica el camino de la salvación a los creyentes. Aún en tiempos seculares, la composición en tríptico es utilizada por artistas que interesan ofrecerle a sus espectadores alguna clave, algún ancla, para descifrar los motivos de la imagen; pensemos, por dar el ejemplo más obvio, en el Guernica de Picasso.
Al comparar un tríptico cristiano con este tríptico de Méndez Caratini, la correlación de imágenes es inesperada. En el lugar que ocuparía la natividad o el paraíso, aparece un auto de carreras en el que figura prominentemente la marca “Mazda”; el espacio de la crucifixión o de la Virgen lo ocupa las nalgas de mujer con gistro, y el tercer espacio del tríptico, el tradicionalmente asignado a la resurrección o el infierno, combina tres imágenes disímiles pero conectadas por el patrón circular que cada una de ellas comparte con el “01” central. Esta correlación es sorprendente porque, al contrario del tríptico cristiano, aquí no parece haber un movimiento hacia “la redención” o “la condenación”, un movimiento hacia alguna parte. Recorremos las tres imágenes de lado a lado sin reconocer una narrativa clara que nos permita precisar los motivos del artista. La imagen queda en mayor suspenso del que experimentamos inicialmente, pues además de tener la duda de si es arte o publicidad, es que si resulta ser arte, entonces no estamos seguros de que “diga algo” explícitamente.
El artista ha privilegiado la imagen de las nalgas, no solamente por la centralización y el tamaño, sino por la concisión de la imagen. A diferencia de las otras dos, la imagen central no está compuesta, su uso del color se limita al color de la piel y al azul intenso del fondo que sirve para realzar aún más la calidez del cuerpo. El color aquí da la nota erótica, junto a las formas redondas que invitan a agarrar, lamer, jugar, penetrar. El cuerpo adopta la pose de la Venus helenística, el clásico contrapposto que intensifica la curva de la cadera, moviliza el torso, levanta la nalga izquierda, en un movimiento que abre el espacio entre las piernas, intimando la hendidura, cuya vista frontal es sugerida por el triangular gistro que enmarca los “dos orbes paralelos”. El brillo de las nalgas completa la redondez de esta imagen del deseo, su observador identificado en la foto de la izquierda por el automóvil que asemeja los cascos/máscaras que utilizan los corredores de las otras fotos de la serie.
Erótico, indiscutiblemente; pero solamente si decidimos ignorar a “MAZDA” y a “01”. Por décadas, Méndez Caratini se ha dado a la tarea de documentarnos y esta foto y la serie de la cual forma parte no es la excepción, pues en ella reconocemos al difícil, contradictorio, problemático Puerto Rico de principios del siglo veintiuno. Imposible aquí desentenderse del tan discutido asunto del uso del cuerpo de la mujer como mercancía. En el reino de las Chacones, Taínas, Maripilys, Burbus, y Bombones Semanales, cabría preguntarse si esa desnudez es realmente “la obra de Dios”. ¿Cómo aceptar esta alienación de una parte del cuerpo, la inferior, de su totalidad, particularmente de la parte superior, lugar tradicional del intelecto, una separación que le niega a un ser humano alguna otra función que no sea la de “culo”? Si las imágenes sirven para reconocernos, proyectarnos, identificarnos, estas nalgas ofrecen un limitado espacio a cualquier ser humano que tenga como un valor la plenitud, la integridad.
Al comparar esta imagen con la décima de Anjelamaría Dávila, la disimilitud se revela. Esas nalgas del hombre amado que Dávila celebra no están alienadas del resto de su cuerpo ni mucho menos del de su amada (“asidero en la venida”), como tampoco lo están de nosotros, los lectores del poema, al asignársenos la gustosa tarea de reconocer el inteligente juego de palabras y de forma de la autora. Esas nalgas, tan íntegras, nada tienen que ver con las de la modelo que, crucificada entre anuncios comerciales, permanece aislada, anónima, reducida a la parte inferior, trasera, del cuerpo. Su desamparo se concreta aún más con el inmisericorde paisaje de marcas comerciales que apuntalan su materia fragmentada. ¿Imagen triste?
Y sin embargo… Méndez Caratini ha colocado la imagen de las nalgas en el espacio central del tríptico, aquél, como hemos dicho, que tradicionalmente se le asigna a la Virgen o al Sacrificado, el espacio de la más profunda veneración. Si damos por cierto el orgullo advertido por Rosario Ferré, esa imagen de nalgas de mujer sería signo de victoria de un ser que se sabe superior a cualquier mercancía. La pose de la modelo podría leerse como la de una mujer que libre y conscientemente determina su goce y, en complicidad con el fotógrafo, comparte con la colectividad su satisfacción. Dueña de sí misma (“número 1”), afirma su soberana voluntad de definir su orgullo por encima del mercado y la represión. Su ofertorio de nalgas aparece, entonces, como afirmación de la honra y la autoestima, metonimia del amor propio; su imagen, el triunfo rotundo de la imperecedera Belleza sobre la material contingencia. ¿Imagen feliz?
En su homenaje erótico, Méndez Caratini nos debate entre la alabanza y la problematización, en una pugna que no se resuelve, que no resolvemos, de la que esta foto es testimonio provocador. ¿Celebración o explotación? ¿Aplauso o crítica? ¿Triste o feliz? El asunto queda en febril suspenso…
Título: “Mazda”. Fotografía © copyright 2012 Héctor Méndez Caratini
Nota: una selección del ensayo fotográfico “Fiebre” puede ser vista en www.hectormendezcaratini.com.